Comentábamos
en el artículo anterior acerca de la campaña mundial de secularización de los
espacios públicos. Comentábamos que en nuestra ciudad de San Rafael se presenta
como un "derecho humano" el impedir que haya ningún tipo de símbolo
religioso en la vía pública o en las instituciones[1],
hace poco escuchamos también defensas del "derecho a blasfemar". Por
todo esto, el tema que venimos analizando puede arrojar luz sobre los sucesos
actuales.
Qué había
detrás de la represión
Vale la pena detenerse en
este punto porque no es muy conocido el episodio y contrastan con la difundida
imagen de los “hombres de las luces” estos hechos que muestran su jacobinismo
político.
Años más tarde, un
artículo de La Gaceta Mercantil daría explicación de estos hechos
diciendo que fue:
“una
terrible borrasca suscitada por los
titulados pretendidos hombres de las luces, que se empeñaron de este modo
escandaloso y con la más profunda malicia en desquiciarlo todo, y borrar hasta
nuestro carácter nacional con la destrucción de los principios religiosos que
unen y fortifican entre sí a los Pueblos Argentinos que han jurado sostener y
defender la Religión Católica, Apostólica, Romana, como columna firme en que
reposan su Independencia política y sus más preciosos derechos.
Algunos
hombres que han manchado con crímenes de todo género esta tierra que por desgracia los vio nacer, sin duda
ridiculizarán la marcha recomendable de nuestro Gobierno a este respecto. Pero
las necias ironías de estos apóstatas hasta de los principios de la Religión
Santa del Estado no merecen otra consideración que el
desprecio con que los hombres sensatos y juiciosos de todas las Naciones del
mundo mirarán a esta raza de hombres enemigos de todo orden, y mal avenidos con
toda religión, porque es un freno a sus excesos y sus crímenes [...]. El
torrente de una falsa ilustración, o más bien de una declarada impiedad y
corrupción, arrastró en pos de sí tan grandes bienes, que incumbe ahora al
Gobierno atraer progresivamente a la sociedad, reparando por grados tantas
desgracias y extirpando tantos males”[2].
Al comentar este artículo
Caponnetto hace notar los conceptos que allí se explicitan: a) la culpabilidad
masónico-iluminista en las desgracias causadas a la Nación; b) el juramento
moral de nuestros pueblos de "sostener y defender la Religión Católica,
Apostólica, Romana, como columna firme en que reposan su Independencia política
y sus más preciosos derechos". Así la legitimidad y validez de nuestra
Independencia está condicionada, a mantener la tradición hispano-católica; c)
la convicción de que la Fe Católica está indisolublemente unida a "nuestro
carácter nacional", "uniendo y fortificando entre sí a los Pueblos
Argentinos"[3].
En el interior también
hubo acontecimientos similares y fueron también reprimidos violentamente. Por
ejemplo en San Juan la reforma eclesiástica fue iniciada furiosamente por el
joven gobernador Salvador María del Carril, a la sazón de 27 años[4].
“Del Carril era un revolucionario”[5], afirma el hispanista
francés Paul Verdevoye. Dos años después que la reforma rivadaviana en Buenos
Aires, en San Juan, el gobernador Del Carril, que en su paso por Buenos Aires se había empapado de
las ideas rivadavianas, “propone a la Asamblea legislativa un estatuto
constitucional que iba a echar leña al fuego”[6]. Ese estatuto se
promulga e imprime casi simultáneamente con el nombre de Carta de Mayo. Se procuró
imponer una legislación liberal y anticlerical, en una sociedad tradicional
profundamente cristiana. Ese choque entre la idea y la realidad es lo que llevó
al fracaso a la Carta de Mayo.
Del Carril no estaba
inventando nada nuevo. Simplemente procuraba repetir las ideas expresadas en
las obras de revolucionarios como Moreno o Monteagudo. No obstante, no deja de
ser sorprendente para Verdevoye, que se pretendiera aplicar esas ideas en una
provincia tan alejada de la revolucionaria Buenos Aires, y que hubiera un
número suficiente de notables para elegir a un gobernador deseoso de reformar
el espíritu hispano-católico que perduraba en ella. En Mendoza, bajo la
influencia de Lafinur, también se habían producido acontecimientos parecidos. El
enfrentamiento se producía en razón de algo verdaderamente importante: el contenido de la tradición hispánica con sus dos
aspectos esenciales que son la catolicidad como misión espiritual y las
libertades forales como garantía de plenitud política. Ambas cosas eran puestas
en tela de juicio, en este caso, por Del Carril como
antes lo había sido en Mendoza por Lafinur. Contra esto se levantó un
movimiento de opinión basado en un pensamiento anti-revolucionario, con
conciencia del pasado patrio que se opuso al Siglo de las Luces que pretendía
hacer tabula rasa con todo el
pasado.
Como ha desentrañado
Cayetano Bruno la visión historiográfica sobre el hecho fue hasta poco antes de
mediados del siglo XX unánime: Del Carril era el “progreso” y quienes
reaccionaron en contra representaban el “fanatismo religioso”. Fue José Aníbal
Verdaguer en su Historia Eclesiástica de
Cuyo el primero en cambiar la unanimidad de esa posición al escribir que la
Carta de Mayo estaba “redactada según
los principios del más refinado liberalismo, con disposiciones opresoras para
la religión católica”[7].
Lo que sin dudas fue la Carta de Mayo, es el punto de arranque y de choque entre los
sectores liberales iluministas y los sectores populares afincados en la
tradición católica. Las discusiones que se suscitaron a partir de esta
publicación, sumadas a diferentes aspectos de la política de Del Carril, sobre
todo, sus intentos de reforma religiosa y educativa, llevaron finalmente a la
caída de este gobierno, el 26 de julio de 1825. Salvador María Del Carril
depuesto por la rebelión popular fue repuesto en el cargo en setiembre gracias
al auxilio prestado por el gobierno de Mendoza, para
renunciar tres días después. Sin embargo, esos tres días de gobierno tuvieron
por objetivo aplicar el castigo a los sublevados. Así, entre otras medidas, fueron
exiliados de la provincia “hasta nueva disposición” los presbíteros José de
Oro, Manuel Torres, Juan José Robledo y fray Dionisio Rodríguez “y para siempre
el padre Astorga y fray Roque José Mallea”[8].
Conclusión
Como vemos, aunque se presente
como un problema de tolerancia religiosa o se diga que se trataba solamente de
la “modificación
del lugar de la religión en la vida colectiva, no a su marginación o
desaparición”[9],
la realidad es que tras la excusa de la tolerancia lo que hubo fue muerte,
persecución sangrienta y represión violentísima de toda oposición.
Los
Hombres de las Luces, los que se regían por los principios de la tolerancia
fueron los verdugos de sus conciudadanos. Aunque invocaran otras razones, como
la tolerancia, su verdadero móvil era el odio a la Fe. ¿Y los verdugos de hoy?
Recuerdo a los lectores que hace apenas 4 días hemos visto la destrucción de valiosísimas obras de la antigüedad por la furia iconoclasta del Estado Isalámico. ¿Eso es lo que queremos en nuestra sociedad?
[1] Presentación efectuada
por la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos para que se prohíban las
imágenes religiosas en edificios públicos, calles, plazas, etc.
[2] La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 7 de diciembre 1835. Cit. en Caponnetto, Antonio, Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos
Aires, Katejon, 2013, p. 26-27.
[3] Ibidem, p. 27.
[4] Masón y liberal, fue seguidor del ideario rivadaviano e
implantó en su cargo como gobernador una Constitución laica, inspirada en el
modelo británico, que causó su caída. Exiliado en Buenos Aires, fue ministro de
economía en la efímera presidencia de Rivadavia, asesoró a Juan
Lavalle y fue el impulsor del fusilamiento de Manuel
Dorrego por orden de aquél; pasó en el exilio
los años del gobierno de Juan Manuel de Rosas.
Fue uno de los convencionales que sancionaron la Constitución
Argentina de 1853 y fue nombrado luego vicepresidente de
la Nación, compartiendo fórmula con Justo José de Urquiza.
Tras la reincorporación de la provincia de Buenos Aires, el presidente Bartolomé
Mitre lo designaría ministro de la Corte Suprema de Justicia.
[5] Verdevoye,
Paul, Domingo Faustino Sarmiento; educar y escribir
opinando (1839-1852), Buenos Aires, Plus Ultra, 1988, p. 12.
[6] Verdevoye,
Paul, Domingo Faustino…, Op. cit., p.
12.
[7] Verdaguer,
José Aníbal, Historia Eclesiástica de
Cuyo, Milán, Premita Scuola tipográfica salesiana, 1931, t. I, p. 805. Por
esta vía de interpretación siguieron después Guillermo Furlong y Horacio
Videla. Bruno, Cayetano. “El
catolicismo argentino y la libertad religiosa”, en: La Argentina nació católica, Buenos Aires, Energeia, 1992, t. II,
p. 527.
[8] Bruno, Cayetano, La
Argentina nació católica, Buenos Aires, Energeia, 1992, t. II, p. 531. El
documento referido es Decreto, San
Juan, 16 de agosto 1831. BMM. En: Ibidem,
vol. I, p. 282, [0311].
[9] Di
Stefano,
Roberto, Ovejas negras; Historia de los
anticlericales argentinos, Buenos Aires, Sudamericana, 2010, p. 127 y 129.
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