La
Verdad Desnuda sobre la tolerancia como excusa para sacar imágenes religiosas
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Actualmente
hay toda una campaña mundial de secularización de los espacios públicos. En
nuestra propia ciudad de San Rafael, se presenta como un "derecho
humano" el impedir que haya ningún tipo de símbolo religioso en la vía
pública o en las instituciones[1].
Hace muy poco vimos el atentado terrorista contra el periódico Charlie Hebdo y
las voces levantándose en pro del "derecho a blasfemar".
Como
creemos que, efectivamente, la historia
es maestra de la vida como decían los antiguos, es que proponemos examinar
brevemente un hecho histórico poco conocido que puede arrojar luz sobre los
sucesos actuales.
Reforma
eclesiástica en el siglo XIX: violencia y represión
Es sabido que la década de 1820 fue la de la reforma
eclesiástica en la Argentina, en la capital y también el interior del país. Lo
que es habitualmente ignorado es el grado de violencia sanguinaria con la que
se impidió la protesta y la oposición a dicha reforma.
Un autor que desde hace varios años viene reescribiendo
la historia de la Iglesia en la Argentina (en clave marxista y anticlerical)
dice sobre esta época:
“Los debates en torno a la reforma eclesiástica y la
tolerancia religiosa, dos cuestiones cardinales del proceso de secularización,
marcaron a fuego la década de 1820. Con secularización aludo a la modificación
del lugar de la religión en la vida colectiva, no a su marginación o
desaparición”.
Más
adelante agrega:
“Desde el caso radicalizado de Buenos Aires hasta los más
tímidos y limitados del interior, las reformas cosechan críticas, pero se
discute más su oportunidad y sus modalidades que la necesidad de implementar
alguna”[2].
Con esto
da a entender que todos estaban de acuerdo en la necesidad de hacer la reforma
eclesiástica sólo que había diferentes opiniones acerca de cómo llevarla a
cabo.
Esto no fue así. Hubo levantamientos populares contra la
reforma que fueron reprimidos sangrientamente (¿terrorismo de estado?).
En Buenos Aires, el
ministro Rivadavia durante el gobierno de Martín Rodríguez,
impuso unas medidas que limitaban el poder de la Iglesia al suprimir derechos
reconocidos a los eclesiásticos y a las órdenes religiosas. Dice Saldías:
“Desde luego, Rivadavia se apoderó de los
resortes del Gobierno para incrustar a éste, por decirlo así, su pensamiento y
su acción eficientes. […] Uno de los puntos más difíciles y más arduos que
atacó Rivadavia fiando quizá demasiado en los prestigios de la autoridad recién
cimentada, fue el de la reforma eclesiástica”.
Y si bien el autor opina
que “algunos escritores […] han presentado a Rivadavia como un anticristo en el
gobierno de Buenos Aires, atribuyéndole móviles que no tuvo”[3]
nos explica los detalles de la reforma y sobre todo de lo que aquí nos
interesa: la represión de los opositores. A las órdenes religiosas (Betlemitas,
Mercedarios, Recoletos, etc.) se les confiscaron bienes, por ejemplo la huerta
de los Recoletos donde hizo construir un cementerio no dependiente de la
Iglesia (el conocido como “de la Recoleta”). La prensa, dice Saldías, fue el
gran apoyo de la reforma, aunque allí también surgió la pluma opositora del
fraile Castañeda con sus variados periódicos entre los cuales se cuenta La Verdad Desnuda.
“Hasta se llegó a prohibir la entrada de la
ciudad a los ministros del culto que no tuviesen
salvoconducto. Es sabido que dichas medidas provocaron el motín de 1823, y que
los revoltosos se habían reunido gritando vivas a la religión y mueras a los
herejes”[4].
Saldías dice que los
sublevados fueron conocidos como Las
tropas de la Fe, que los conjurados recibían el aliento y los escapularios
proporcionados por los sacerdotes. La rebelión se produjo en la noche del 19 de
marzo de 1823 y fue reprimida con rapidez y violencia. Picirilli ha dado los
detalles de la sublevación y la durísima represión que le siguiera. Cita a
Valentín Alsina en sus notas a Civilización
y Barbarie de Sarmiento, donde expone: “El grito de los sublevados era: ‘Viva la religión’.
Llegaron hasta la plaza mayor, y fueron rechazados, murieron algunos y
prendiéndose después a algunos complicados que fueron pública y solemnemente
juzgados…”[5]. Picirilli, a la vista
de los hechos, afirma que Rivadavia no conoció los titubeos. “La persecución y
el sumario brevísimo rematando con la muerte en la plaza pública fueron esta
vez, como otras, el telón corrido sobre el drama”[6].
Rivadavia, a cargo del
gobierno, ordenó al coronel Dorrego que:
“diese una batida por los campos próximos a
la capital, y dispersase, aprehendiese o destruyese cuanto grupo sospechosos
encontrase, dándole al efecto facultades amplísimas y recomendándole que le
trajese al doctor Tagle [jefe del movimiento] vivo o muerto. Y para demostrar
que estaba dispuesto a usar de severidad tan imponente como la que usó en el
Triunvirato del año 1812, mandando a ahorcar a don Martín de Álzaga y otros en
la plaza de la Victoria, Rivadavia expidió una proclama al pueblo, en los siguientes
términos, que no se habían estampado hasta entonces: ‘El Gobierno delegado, que
por la vía de hecho os ha restituido a la tranquilidad, creedle, por todas las
vías a su arbitrio ha de mantenerla, o ha de pagar bien caro todo el que se
arroje a perturbarla’. Al día siguiente, Rivadavia expidió un Acuerdo por el cual ofrecía dos mil
pesos a cualquiera del pueblo que aprehendiese o persiguiese al doctor don
Gregorio Tagle o dijese su paradero; y doscientos pesos”[7]
por los demás sublevados,
exigiendo al Obispado que destituyese o exiliase a varios sacerdotes. Hubo
fusilados en el foso de la fortaleza el 24 de marzo, también el 12 de abril,
algunos clérigos y ciudadanos fueron desterrados por siete años y otros
enviados presos a la Isla Martín García. Dorrego encontró al Doctor Tagle y
dice Saldías que “elevándose en generosidad, grande y caballero antes que todo,
montó con él a caballo y lo embarcó para la Colonia… ¡Cruel ironía del destino!
Cinco años después, el mismo Dorrego […] era fusilado, sin forma de juicio […]
nada más que por orden del general don Juan Lavalle”[8].
Conclusión
El gobierno de las Luces
y la Tolerancia hizo fusilar a cualquiera que se opusiera a sus planes.
Guarda con los que hoy
invocan la tolerancia para impedir a otros sus creencias, son los más
sanguinarios. Lo dice un protagonista de la historia del siglo XX, Jorge
Masetti:
“Hoy puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de
haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia
con Cuba, hubiéramos ahogado al continente en una barbarie generalizada. Una de nuestras consignas era hacer de la cordillera de los Andes la
Sierra Maestra de América Latina, donde, primero, hubiéramos fusilado a los
militares, después a los opositores, y luego a los compañeros que se opusieran
a nuestro autoritarismo; y soy consciente de que yo hubiera actuado de esa
forma”[9].
[1] Presentación efectuada
por la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos para que se prohíban las
imágenes religiosas en edificios públicos, calles, plazas, etc.
[2] Di Stefano, Roberto, Ovejas
negras; Historia de los anticlericales argentinos, Buenos Aires,
Sudamericana, 2010, p. 127 y 129.
[3] Saldías, Adolfo, Buenos
Aires en el centenario, 1810-1834, capítulo VII. En:
www.argentinahistorica.com.ar
[4] Verdevoye,
Paul, Domingo Faustino Sarmiento; educar y escribir
opinando (1839-1852), Buenos Aires, Plus Ultra, 1988, p. 12.
[5] Picirilli,
Ricardo, “Las reformas económica-financiera, cultural, militar y eclesiástica
del gobierno de Martín
Rodríguez y su ministro Rivadavia”, en: Levene,
Ricardo (dir) Historia de la Nación
Argentina, Op. cit., vol VI, p. 366.
[6] Ibidem, p. 367.
[7] Saldías, Adolfo, Op.
cit.
[8] Ibidem.
[9]
Masetti, Jorge, El Furor y
el Delirio; Itinerario de un hijo de la revolución cubana, Barcelona, Tusquets, 1999, p. 275. Jorge Masetti es hijo del periodista Ricardo Masetti,
amigo del Che Guevara y fundador de la agencia de noticias Prensa Latina.
Jorge, fue miembro de la inteligencia cubana desde 1974 y fue miembro del ERP,
de los sandinistas y combatió en Angola.
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