“Fue, pues, otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había un cortesano cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando él oyó que Jesús había vuelto de Judea a Galilea, se fue a encontrarlo, y le rogó que bajase para sanar a su hijo, porque estaba para morir. Jesús le dijo: “¡Si no veis signos y prodigios, no creeréis!” (Mt. 4, 46-48)
Artículo escrito del 2 de noviembre de 2014
El Padre Leonardo Castellani observa acerca de esta escena: “Para
Cristo, los israelitas debían creer viéndolo y oyéndolo a él simplemente: no
eran paganos, tenían las profecías entre las manos”[1].
Ha corrido abundantísima agua bajo el puente en estos últimos tiempos
a raíz del Sínodo y de otros acontecimientos que cotidianamente nos sorprenden.
Personalmente, nos sorprende y llena de perplejidad la actitud de los
cristianos, incluidos sacerdotes y obispos, que procuran poner paños fríos echándole la
culpa de los disturbios doctrinales a los medios, cuando lo que está claro es
que hay sucesores de los apóstoles que han dicho, han propuesto y han escrito
afirmaciones contrarias a la doctrina de siempre.
Buscan su tranquilidad en la promesa de la indefectibilidad de la
Iglesia “las puertas del infierno no prevalecerán”, y esto es absolutamente
cierto; sin embargo mal interpretan la promesa y la entienden como
impecabilidad: en virtud de esa promesa la Iglesia no puede pecar. La falsedad
de este juicio salta a la vista.
Creen y enseñan la fidelidad ciega al Santo Padre, cayendo en la
contradicción de obedecer al Papa de hoy y negar obediencia a los Papas de
ayer. El Padre Calmel, de la orden de Predicadores escribía en el año 1973: “cuando
se trata de la Iglesia, considerada no absolutamente, pues como tal es en todos
los aspectos indefectible y santa, sino del jefe visible de la misma, cuando se
trata de quien ostenta actualmente la
primacía romana, no sabemos cómo asumirlo y qué tono será conveniente adoptar
para confesar en voz baja: ¡Ay! me duele Roma. (…) Hay un Jefe de la Iglesia
siempre infalible, sin pecado, santo, desconocedor de cualquier intermitencia y
de cualquier pausa en su obra de santificación. Éste es el único jefe, pues
todos los demás, incluyendo al más encumbrado, tienen una autoridad que viene
de Él y acaba en Él. Este Jefe santo e inmaculado, absolutamente segregado de
los pecadores, elevado a lo más alto de los cielos, no es el Papa; es Aquél de
quien nos habla magníficamente la carta a los Hebreos: el Sumo Sacerdote Jesucristo.
(…) Si el Papa es el Vicario visible de Jesús, que ha ascendido a los cielos
invisibles, no es más que el vicario: vices
gerens (hace las veces), el que ocupa su lugar sin dejar de ser otro. La
gracia que hace vivir al Cuerpo Místico no deriva del Papa. Para el Papa y
también para nosotros, la gracia deriva únicamente de Nuestro Señor Jesucristo.
Lo mismo ocurre en lo concerniente a la luz de la Revelación. Él posee con un
título único la custodia de los misterios de la gracia, los siete sacramentos,
así como de la verdad revelada. Con un título único es asistido para ser
guardián e intendente fiel. Pero aun así, y para que el ejercicio de su
autoridad reciba una asistencia privilegiada, es necesario que no renuncie a
dicha autoridad. Por otro lado, si es preservado de error cuando compromete su
autoridad, con el título de la infalibilidad, en muchos otros casos puede
fallar”[2].
“Homero es nuevo esta mañana, y
tal vez nada es tan antiguo como el periódico de hoy”, decía Charles Péguy. La
verdadera novedad está en lo perenne, en lo que permanece. Si Homero es nuevo,
en la opinión de Péguy ¡qué podríamos decir de la Sagrada Escritura! Es la
única novedad, con la frescura de la novedad eterna.
La Iglesia, si se aparta de la
Verdad de Cristo, atrasa. Una Iglesia que quiera dejar de lado la novedad
permanente para buscar la muerte de las realidades que perecen, atrasa… Y con las
novedades, efímeras y pasajeras por esencia, perecerán los que sigan los
caminos de muerte.
El Padre Alfredo Sáenz al
relatarnos las tempestades de la Nave (la Iglesia) en tiempos de la difusión de
la herejía arriana nos cuenta que dentro de la Iglesia eran muchísimos los
obispos que consentían con el arrianismo, lo que hacía inmensamente ardua la
resistencia. Hilario, San Hilario de Poitiers, entendió que no podía quedar
convertido en un simple espectador: “Es tiempo de hablar, porque el tiempo de
callar ha pasado (tempus est loquendi,
quia jam praeterit tempus tacendi)”. Le preguntaban, a veces, si no tenía
miedo. A lo que respondía: “Sí, verdaderamente tengo miedo, tengo miedo de los
peligros que corre el mundo; tengo miedo de la terrible responsabilidad que
pesaría sobre mí por la connivencia, por la complicidad de mi silencio; por mis
hermanos que se apartaron del camino de la verdad; tengo miedo por mí, porque
es deber mío conducirlos allí”.
Sinceramente vemos que hay pastores que creen que llevarán
tranquilidad al alma de sus rebaños ocultando la verdad tal como es. O dejan
para mañana el hablar, creen que aún no es tiempo. No parece ser así. Porque
más valdría que el rebaño preocupado se pusiese verdaderamente de rodillas, −como
lo lograra eficazmente con su prédica San Vicente Ferrer−, que hacerles creer
que está todo bien, que sigan tranquilos con sus vidas. El capítulo 24 de San
Mateo nos dice otra cosa. El Señor nos llama a velar, nos insta a dejar la vida
habitual, nos previene de los falsos profetas y también nos llama a la
esperanza: “Y si aquellos días no fueran
acortados, nadie se salvaría; mas por razón de los elegidos serán acortados esos días” (Mt. 24,
22).
Dice el Señor: “Entonces se
escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán. Surgirán numerosos falsos profetas, que
arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos de la iniquidad, la
caridad de los más se enfriará. (…) Porque surgirán falsos cristos y falsos
profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si
fuera posible, aún a los elegidos. ¡Mirad
que os lo he predicho! (…) Así también vosotros
cuando veáis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas. (…) Por eso,
también vosotros estad prontos,
porque a la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del Hombre. ¿Quién es, pues, el
siervo fiel y prudente, a quien puso el Señor sobre su servidumbre para darles
el alimento a su tiempo? ¡Feliz el
servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así!” (Mt. 24,
10-12, 24-25, 33, 44-46)
“¡Mirad que os lo he predicho!” nos dice el Señor. También nosotros tenemos las profecías. Los judíos
del tiempo de Cristo en su mayoría no creyeron “y tenían las profecías entre
las manos”, como dice Castellani. A nosotros puede sucedernos lo mismo.
[2] http://www.corrispondenzaromana.it/notizie-dalla-rete/il-papa-e-solo-il-vicario-strategie-di-sopravvivenza-in-tempi-di-eclissi-del-papato-secondo-il-pensiero-di-padre-calmel/
cfr. http://tradicioncatolica.es/wp-content/uploads/Abr09.pdf
Un muy bello artículo, muy serio y un ejercicio de la caridad evangélica para con aquellos que se encuentran indiferentes, confundidos o en el error.
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