“Cuando la
Iglesia canoniza un fiel no quiere solamente asegurar que el difunto está en la
gloria del cielo, sino que lo propone como modelo de virtudes heroicas. Según
los casos, se tratará de un perfecto religioso, párroco, padre de familia, etc.
En el caso de un Papa, para ser considerado santo debe haber ejercitado las
virtudes heroicas en el cumplimiento de su misión como pontífice, como fue, por
ejemplo, San Pío V o San Pío X”. O sea que “la canonización de un Papa
implica su santidad no sólo en la vida privada, sino también en la vida
pública, o sea el ejercicio heroico de la virtud en el cargo que le es propio,
el de sumo Pontífice”[1].
San Pío V (Antonio
Michele Ghislieri, 1504-1572) y San Pío X (José Sarto, 1835-1914). Ambos Papas,
aparecen unidos, a pesar de los 400 años de distancia entre uno y otro, por la
defensa y el sostén de la tradición. El primero, porque fue el Pontífice que
debió poner en práctica las decisiones tomadas por el Concilio de Trento, la
Contrarreforma Católica, en medio de los grandes conflictos, verdaderas
tempestades desatadas a partir de la revolución iniciada por Martín Lutero. El segundo,
en el confuso mundo que se preparaba para la Guerra Mundial, fue el abanderado
de la lucha contra el Modernismo, la moderna herejía que como una peste se
encontraba incubada “en las venas mismas de la Iglesia”, al decir del Santo
Padre.
Intentaremos
en este post conocer la figura de San Pío V para dedicarnos en el próximo a la
de San Pío X.
San Pío V, el Papa de la Contrarreforma
El Papa Pablo
VI decía que “Las desviaciones doctrinales actuales son análogas a las que
efectuó en su época la Reforma Protestante”[2].
Conviene tener presente esta cita para que, al hablar de sucesos ocurridos hace
450 años, estos nos sirvan para iluminar el presente. En la introducción al
primer tomo de “La Nave y las tempestades”, del P. Alfredo Sáenz S.J., (Ed.
Gladius, Buenos Aires 2002) Federico Mihura Seeber observaba atinadamente, que
las olas y los embates sufridos por la Iglesia en el pasado serán los mismos
que sufrirá más tarde, “sólo que mucho más graves”. Idéntica es la observación
del Padre Horacio Bojorge para la novena tempestad en el tomo dedicado la
Reforma Protestante.
En efecto,
sostiene el P. Bojorge que son numerosas, desde diversos sectores, y muchas de
ellas muy cualificadas, las voces que afirman que el catolicismo continúa
sufriendo hoy un proceso de protestantización. “Un proceso que, según algunas
de esas voces, sería aún más severo y más grave hoy que en el pasado. Bien
puede decirse, a creerle a esas voces, que el efecto de la Reforma protestante no
ha terminado aún y que asistimos en nuestros días a nuevos capítulos de ese
proceso y hasta a una radicalización del mismo”. Por esto es que creo que la
vida de San Pío V y su contexto puede resultar iluminador para comprender
muchos hechos de la vida del catolicismo contemporáneo. En muchos aspectos
puede comprobarse que la historia continúa.
Una vez terminado el Concilio Trento, quedaba por dar el paso
decisivo, su aplicación. Tres Papas afrontaron dicho emprendimiento, por lo
que la gente los llamó "Papas reformadores".
El primero de ellos fue Miguel Ghisleri,
que tomó el nombre de Pío V, fraile dominico de intensa vida interior y
extraordinario celo por la fe católica frente a las nuevas y nefastas
corrientes ideológicas. San Pío V se entregó de lleno “a los dos objetivos que
se había propuesto: la reforma de las costumbres, según los decretos
tridentinos, y la defensa de la fe combatida en todas partes. En lo que
concierne al primer punto, comenzó reformándose a sí mismo, como lo había
postulado el Concilio, ofreciendo el más vivo y austero ejemplo de espíritu
religioso, y esmerándose en preocuparse por los pobres, entre quienes
distribuyó las grandes sumas que otros Papas habían dedicado a banquetes y
fiestas”[3].
Empezó por la
reforma del Papado. El Papa vivía en una
celda monacal, no bebía más que agua, y se pasaba horas enteras en oración
ante el Santísimo.
Luego se abocó
al mejoramiento espiritual del pueblo y la reforma de las costumbres, luchando contra las fiestas inmorales y
procurando con energía suprimir todo tipo de usura.
También
realizó la reforma de la Curia romana
que incluyó la supresión total del nepotismo. Los nuevos cardenales y obispos el
Papa los elegiría entre los que sobresalían principalmente por sus cualidades
morales. Este fue un golpe de timón decisivo, dado que muchos parecían más príncipes
seculares que pastores religiosos. El Papa también obligó a cumplir la ley de
residencia de los obispos (ya que muchos preferían vivir en las cortes y no en sus
diócesis); y se preocupó por la mejora de las Órdenes religiosas y de la
formación de los futuros sacerdotes estableciendo los Seminarios.
Además realizó 4
publicaciones de gran importancia. El Catecismo
tridentino o Catecismo de Pío V, profundo y claro a la vez, tenía por
destinatarios tanto al clero como al pueblo cristiano en general. Juntamente
con la enseñanza de la verdadera doctrina cristiana, debía ordenarse el culto y
la liturgia católica. Publicó una nueva
edición del Oficio divino, que necesitaba ciertamente de reforma; porque
estaba demasiado abultado, e incluso contenía himnos mitológicos, del gusto
renacentista. También promulgó el Misal
Romano (que fue la base del Vetus Ordo Misae hasta la reforma de 1969). “Hubo
además –afirma el Padre Alfredo Sáenz– una cuarta publicación de que se habla menos.
Entendiendo este gran Papa dominico, que el pensamiento de Santo Tomás podría
ser la base más sólida para reedificar la Iglesia "como una mole estable
frente a las tempestades", tras proclamar al Aquinate Doctor de la
Iglesia, dispuso que dos teólogos preparasen una edición definitiva de la Summa Theologica, de modo que pudiera ser
enseñada en las Universidades”[4].
San Pío V, el Papa que enfrentó al Protestantismo y al Islam
Pero junto con
esta reforma interna el Papa no olvidaba otros objetivos de su pontificado,
como eran la defensa de la fe contra la
Revolución Protestante y la respuesta al peligro turco. Así debió enfrentar
decididamente al protestantismo, que había hecho grandes progresos en Alemania,
Suiza e Inglaterra, y amenazaba apoderarse de Francia y los Países Bajos. En lo
que toca a la lucha contra el protestantismo, es evidente que su acceso al
trono pontificio levantó un dique de contención al avance aparentemente invicto
de los novadores en el centro y norte de Europa, particularmente en los Países
Bajos, Francia e Italia. A los príncipes indecisos, los exhortó a definirse de
una vez, volviendo plenamente al seno de la Iglesia, a promover en sus países
la reforma católica, y a luchar con todos los medios a su alcance contra la
herejía protestante. La acción del Papa Santo confirmaba Extra Ecclesiam nulla salus, que significa: "Fuera de la Iglesia no hay salvación"
(según la fórmula establecida por la Bula Unam Sanctam del Papa Bonifacio
VIII, año 1302).
Con respecto a
la lucha contra el Islam, que
acosaba peligrosamente a la Cristiandad el Papa Pío V desarrolló su política
fue más exitosa, ya que logró volcar a una parte importante de la Cristiandad
en la campaña contra los turcos. Los musulmanes estaban envalentonados con las
grandes victorias de Solimán el Magnífico, bajo el reinado de su hijo, Selim
III, se propusieron conquistar la isla de Chipre, para invadir después a
Italia, con la intención manifiesta de llegar hasta la misma Roma. Ante ese
peligro, el Papa logró constituir "la Santa Liga", formada por
Venecia, España y la Santa Sede. Una flota se formó para enfrentar a la Armada
turca.
El novelista alemán
Louis de Wohl[5]
narra el momento en que conformada la flota los príncipes y reyes no lograban
acuerdo para nombrar el comandante para enfrentar al Islam. San Pío V no podía
entender que los príncipes cristianos tuvieran rencillas internas cuando la
Cristiandad estaba en jaque. El Santo Pontífice pensaba que cada uno se
preocupaba por la grandeza de sus propios países; que habían perdido el
espíritu de las cruzadas, el espíritu del propio sacrificio.
“¡Señor, Señor! ¡Habrá que ver de qué forma
discutían entre ellos acerca del que ha de ser el jefe supremo de una Liga en
servicio tuyo! Bastaba con que una parte se inclinara por uno para que los
demás se opusieran. Y cuando fue sugerido el nombre de un «neutral» todos se
opusieron, como si les fuera a arrebatar la gloria para su propio país.
Como si algún jefe cristiano pudiera
permanecer neutral cuando la causa de Cristo está en juego. (…) Y aquí está un
anciano, ya cerca del final de su vida, un sacerdote al servicio del Príncipe
de la Paz, que tiene que ponerse a hablar de cañones y de barcos y de tropas,
que tiene que intentar movilizar ejércitos y naves para sacarlos de su estéril
inactividad y que defiendan Su causa”.
El anciano
Papa tenía que resolver esta cuestión para que la flota enfrentara al enemigo
de la fe cristiana. Oraba y repetía con las palabras del Salmo 129: «De lo
profundo te invoco, Dios mío. Escucha mi voz, Señor...». Pedía incesantemente
al Señor con el salmista «Dame a conocer el camino por donde he de ir...».
Era el mes de
noviembre de 1570 el Papa Santo “celebró la
Misa como de costumbre, completamente sereno, leyendo el misal despacio. (...) Pío
V participó de la Carne y de la Sangre de Cristo, deseando, como todo el mundo,
que las oraciones de los grandes santos le ayudaran a ser menos indigno.
Al final, el Papa leyó en el misal el
comienzo del Evangelio de San Juan: «En el principio era el Verbo, y el Verbo
estaba con Dios; y el Verbo era Dios. Estaba al principio con Dios. Todas las
cosas fueron hechas por medio de Él y sin Él nada fue hecho. En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la oscuridad; las
tinieblas no la aceptaron. Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era
Juan...».
El Papa se detuvo en estas palabras.
Los prelados se le quedaron mirando, no
porque se había detenido, sino porque la última frase fue pronunciada en un
tono totalmente distinto, con una voz diferente, profunda y vibrante, casi como
una campana. El anciano temblaba todo él, pero su rostro estaba radiante. (…)
—«Hubo un hombre enviado por Dios —dijo el
Papa—, cuyo nombre era Juan...».
—Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan —repitió por
tercera vez, pero ya con su voz normal”.
Cuando terminó
de celebrar la Santa Misa reunió a la Asamblea: —Eminencias —dijo el Papa—Excelencias. El comandante supremo de la
flota de la Liga Santa será don Juan de Austria. Seguro de que Dios había
dictado el nombre del joven y valiente español para desempeñar esta misión
providencial.
Una flota
quedó así bajo el mando de don Juan de Austria, quien el 7 de octubre de 1571
hizo frente a la armada turca en el golfo de Lepanto. Sobre la proa de la nave
almirante, con un crucifijo en las manos, don Juan en persona dirigió la
acción. La flota enemiga fue incendiada o cautivada. A bordo de un navío de los
vencedores se encontraba un soldado herido, con el brazo dislocado. Era Miguel
de Cervantes, quien cantaba con sus compañeros el Te Deum de la victoria. El triunfo fue resonante, dejando sumamente
herido al poder musulmán.
Otro milagro
sucedió aquel día. La Batalla se desarrollaba en el Mar Jónico. El Papa estaba
en Roma ese día 7 de octubre de 1571, de pronto, se levantó de su silla, se
dirigió a la ventana y se quedó mirando al cielo como escuchando algo. Cuando
se volvió exclamó: —Hoy no es día de
dedicarse a resolver cuestiones de gobierno —dijo— Lo que tenemos que hacer es
dar gracias a Dios por nuestra victoria sobre los turcos.
Enseguida, después de alabar a
Dios dirigió su mirada a la Santísima Virgen quien desde la pintura hecha por
Fra Angélico lo miraba. —Auxiliorum
christianorum —murmuró— Ruega por nosotros auxilio de los cristianos.
Eran las 2 de
la tarde, la hora precisa en que allá lejos en las aguas del Golfo de Lepanto
la flota de la Liga había derrotado a la poderosísima armada turca. De allí
nació este título de la Santísima Virgen y la fiesta de Nuestra Señora de las
Victorias. Dios había utilizado aquel día a un puñado de sus servidores para
detener, en el santo nombre de la Cruz, el avance de la Media Luna.
Pío V, Papa Santo
Este fue San
Pío V el Papa Santo de la austeridad pontificia, de la reforma moral, de la
instrucción del sacerdote, del Catecismo de Trento, de la Misa tridentina, de
la difusión de la Summa, de la firmeza contra los protestantes y de la victoria
sobre el Islam. Este fue San Pío V el Papa de Nuestra Señora de las Victoria,
Auxilio de los cristianos.
San Pío V:
Intercede por nosotros, pide a la Virgen que sea nuestro auxilio, y si la
Divina Majestad es servida con ello, que los cristianos volvamos a ser
instrumentos dóciles para que la Santa Cruz triunfe. ¡Para que Cristo reine,
para que Cristo impere!
[1]
Ambas citas corresponden a dos entrevistas realizadas durante el mes de abril de
2014 al reconocido historiador de la Iglesia, el italiano Prof. Roberto de
Mattei. Entrevista
en Catholic Family News; y www.Ilfoglio.it; http://www.conciliovaticanosecondo.it/.
Decimos que nos resulta “llamativo” porque lo deseable y de algún modo el
resultado lógico, “por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7, 20), sería que de la
santidad de dos o tres Papas, guías y conductores de la Iglesia, se vieran los
frutos.
[2] SS
Paulo VI (27-6-67)
[3]
Sáenz, Alfredo. La nave y las
tempestades; La reforma protestante. Buenos Aires, Gladius, 2005, p. 450.
[4]
Ibidem, p. 452. Cfr. Orlandis, José. El
pontificado romano en la historia, Madrid, Palabra, 2003, p. 194.
[5]
Louis de Whol. El último cruzado; La vida
de Don Juan de Austria. Madrid, Palabra, 1984, p. 383-387, 455.
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