Comentábamos
en un artículo anterior acerca de la persecución religiosa que tuvo lugar en la
Argentina con el fin de imponer la llamada “reforma eclesiástica”. Represión
violenta, con pena de muerte, exilios y destierros.
La
mayor parte de la bibliografía histórica al hablar de nuestra Guerra Civil
entre unitarios y federales durante el siglo XIX,
resalta las diferencias jurídico-políticas entre ambos grupos. No era esto lo esencial. La diferencia básica estaba en las profundidades de las convicciones religiosas.
una
solemne bobada querer entender el tiempo de la Confederación Argentina a
la luz de las teorías que habían fulgurado en el período anterior, para luego
inferir que nuestra “Federación” en nada se parecía al modelo federalista
estadounidense. Autores hay que, ayunos de comprensión histórica, creen haber
descubierto la piedra filosofal; y así proclaman en alta voz que Godoy Cruz,
Sarmiento o Echeverría
eran más federales que Quiroga, Rosas o Aldao. Por
supuesto que si los miden con el cartabón de la Constitución de Filadelfia, el
resultado es el que declaran. No obstante, acá no se trataba de eso, para nada.
Acá había una consigna mítica llamada “Federación”, respaldada por los
autonomismos y localismos provincianos, que deseaba el restablecimiento del principio de
autoridad, con la consiguiente estabilidad gubernamental y la paz y el orden
públicos, que era fiel a sus creencias religiosas y las costumbres sociales emanadas de tal
civilización, y que no transaba con menguas a la soberanía nacional. Ese movimiento político, religioso y nacionalista,
auspiciado por las provincias, fue, en concreto, el rotulado “federalismo”
argentino. Y tal movimiento opuesto por principio al contractualismo
roussoniano de los liberales, tildados de “unitarios”, se impuso por un lapso
prolongado merced a la enérgica conducción de los caudillos[1].
Profanaciones y saqueos de templos
Es este abismo
de creencias es lo que separaba a ambos grupos. Así es que del lado unitario
hemos encontrado ignorados testimonios acerca de los saqueos y profanaciones de
templos efectuados en La Rioja por los ejércitos
unitarios.
En el periódico
Yunque Republicano, editado en
Mendoza en 1829, se hace la comparación entre los que
se
proclaman los amigos del orden,
calificando a sus ilustres antagonistas de secuaces del desorden y de la
anarquía. […] En el curso de este artículo veremos, cuáles son los anarquistas,
cuáles los humanos, compararemos la conducta de uno y otro ejército, los fines
y objetos de operaciones á que tiende cada uno, y los que turbaron esa feliz
opinión, que ya había echado raíces en los Argentinos, de proscribir las vías
de hecho y adoptar las vías legales. Por ahora basta saber que el ejército de
Wandalos [sic], que los
ladrones, que los facinerosos, se han conservado en Mendoza, sin salir una
cuadra del campo donde se situaron, que no ha habido una sola queja contra el
último de los soldados, que se apresuran a obsequiar a un Jefe popular y
moderado, y que los amigos del orden y de la moral talan hasta los templos
del territorio que pisan[2].
Trae luego los
testimonios basados en dos cartas. Una de ellas firmada por el vecino Juan
Manuel de la Bega y dirigida al Sr. D. Pablo Carballo, alcalde ordinario
interino en Malansan. Allí leemos:
han
saqueado completamente el dicho pueblo sin reservar los templos con tal expresión
que la Iglesia de Santo Domingo la saquearon tres días consecutivos los
soldados y oficiales. La
Matriz, dicen que se reservó para los jefes […] La de San Francisco la saquearon completamente toda la
última noche a su retirada y a este
tenor todas las demás […] De igual modo, dicen que ha hecho la división que se
dirigió a los pueblos allí, y en la costa de Arauco; […] que del mismo modo
han arrasado todos los animales de las Estancias, y potreros inmediatos
recorriéndolos con partidas[3].
La segunda carta lleva la firma de Nicolás Sotomayor y va dirigida al Sr. Comandante D. Antonio Acosta:
los estragos que han hecho los enemigos en la Rioja, que no han dejado Templo que no lo han saqueado completamente; las dos custodias de la Matriz también, y todos los intereses y ornamentos que allí existían: por fin, lo que respecta a los Templos, con decirle completamente, le digo todo[4].
En el n. 5 del
periódico continúa el artículo “Imputaciones” refiriendo que:
el Pueblo
de la Rioja, ha sido saqueado en sus templos, y que
ni los miserables andrajos de los pordioseros se han escapado; que el saqueo, ha
sido decretado por los jefes, y que hasta los Generales, se
habían reservado una Iglesia para botín de ellos”. [En nota al pie aclara lo siguiente:] No es extraño porque uno de esos mismos generales, (Ocampo) ya había robado la
Catedral de Chuquisaca, en una
retirada que hizo nuestro ejército del Perú, y aún
existen en Tucumán algunos canapés forrados en el damasco del citado Templo. El canónigo Ureta del mismo país, es una víctima y
testigo de la propensión de este general[5].
Varios años
después, en 1841, encontramos otro periódico El Estandarte Federal donde se compara un tiempo idílico “cuando
todos los Ciudadanos de mancomún y unánimemente obraban, a favor del bienestar,
honor, libertad, prosperidad e Independencia de la República”, con un tiempo
posterior en el que aparecieron “hijos espurios de la Patria, genios díscolos,
cuyo interés no era reducido sino a la perfección de una felicidad personal, a
la ambición de mandar, es que empezó nuestra carrera de desgracias”[6].
Asevera que con justicia han sido denominados “salvajes unitarios” pues han dividido la República, con “el furor
de sus pasiones”, con “el estrepitoso ruido de las armas”, sacrificando
centenares de ciudadanos “al desenfreno de algunos enemigos de la Patria”.
Procura hacer una descripción de la desolación en que han quedado tantas
familias. Se pregunta “¿Pero, qué podrá
esperarse de unos malvados que desconocen la Religión?”, para dar respuesta
a esto refiere que “por todos los Pueblos donde inmundamente han
pisado, ni las Iglesias, ni los ornamentos, ni vasos sagrados han escapado al
vicio de sus uñas”[7].
Cuenta acerca
de los saqueos y profanaciones llevadas a cabo en San Juan por La Madrid a
quien califica de traidor pilón y desnaturalizado salvaje. Contrapone esta
situación creada por los unitarios al giro que han tomado los destinos de la
Patria desde que “ese Argentino que todo lo prevé gritó erguido Federación,
Libertad, Independencia o muerte, hablamos del genio Argentino Nuestro Ilustre
Restaurador de las Leyes D. Juan Manuel de Rosas”[8].
Progresistas y tradicionalistas
Como sostiene Jorge
Bohdziewicz más allá de las luchas por el poder
político y los hechos dramáticos propios del enfrentamiento
bélico, buscando una fundamentación más profunda, se ha dicho que dos
concepciones de la nacionalidad perfectamente definidas e irreconciliables se
enfrentaron en ese marco:
dos
concepciones que excedían el significado mezquino y a veces equívoco que los
términos "unitario" y "federal" implicaban en cuanto modos
distintos de encarar la organización política de la Nación. Llamarlos
"progresistas" a unos y "tradicionalistas" a otros es una
calificación menos convencional, acaso más profunda y seguro que próxima a la
definición del plexo
ideológico que definía y separaba ambos términos de la fractura.
Librecambistas, iluministas, centralistas, constitucionalistas y europeizantes
por inclinación
natural del espíritu o formación intelectual eran unos. Proteccionistas,
nacionalistas por apego a la tierra de nacimiento y a la religión, y realistas y pragmáticos
en materia política eran los
otros. Hablamos de las elites. El pueblo se encolumnaba mayoritariamente tras
los caudillos "federales", que representaban mejor sus modestas
aspiraciones. La conciliación no era posible[9].
Política
y religión
Esta contienda nos muestra las
relaciones entre la fe y la política nacional. Por aquello que escribe Antonio Caponnetto
al definir al príncipe católico, se trata “no
de un hecho privado, como podrían serlo, para su gloria, la piedad, la devoción
o la personal ascesis, sino un hecho público: la custodia de la Fe Católica en
la sociedad cuyos destinos rige. Más precisamente aún, el hacer de esa custodia
la primera política de Estado”. También Enrique Díaz Araujo ha insistido en
este punto al enseñar que debe diferenciarse religiosidad de política religiosa,
lo primero pertenece a la conciencia íntima y está sólo reservado a Dios, lo
segundo pertenece al orden social y por tanto atañe al Bien Común. Lo primero
implica la devoción personal, lo segundo una acción pública.
A
la estrepitosa caída de Rivadavia y su política religiosa siguió la
restauración del espíritu tradicional en manos del Restaurador de la Leyes don
Juan Manuel de Rosas. Fue la Sala de Representantes de Buenos Aires la que, al
otorgarle la suma del Poder Público, lo hace con la expresa limitación: “Que deberá conservar, defender y proteger
la Religión Católica, Apostólica Romana”[10].
Antonio Caponnetto ha estudiado recientemente el gobierno de don Juan Manuel
concluyendo en definirlo como Príncipe Católico. Numerosos son los ejemplos
documentales de la custodia pública de la Fe Católica hecha por Rosas. Como
cuando dice que se deben cuidar los templos y sus ministros porque
“es preciso que no olvidemos que
antes de ser federales éramos cristianos” (3-II-1831)
o cuando escribe “Nuestra
religión es la Católica, Apostólica y Romana; y si no queremos ser
desgraciados, es necesario que los funcionarios se esfuercen para que sean
respetados y cumplidos sus preceptos, en conformidad con lo que acuerdan los
Evangelios” (21-IV-1830),
o en carta al encargado de
negocios de EEUU “El origen de toda verdad y la fuente de la felicidad del
género humano, está en la Revelación Divina […] La filosofía política y moral
se extraviaría confusamente sin la luz inefable de la Fe y el fervor de la
caridad cristiana” (11-II-1846),
o en el discurso de 1835 recibiendo
a los padres franciscanos, donde recuerda que fue “una terrible borrasca
suscitada por los titulados pretendidos hombres de las luces, que se empeñaron
de modo escandaloso y con la más profunda malicia en desquiciarlo todo, borrar
hasta nuestro carácter nacional con la destrucción de los principios religiosos
que unen y fortifican entre sí a los Pueblos Argentinos que han jurado sostener
y defender la Religión Católica, Apostólica, Romana, como columna firme en que
reposan su Independencia política y sus más preciosos derechos”. Y por eso
resalta la función que compete al gobierno “Bástenos tener el profundo
convencimiento de que siendo como es la Religión Católica, además de su verdad
y santidad, la Religión del Estado, la Religión jurada y profesada por todos
los Pueblos Argentinos, está en el deber de los Gobiernos respectivos contribuir
a su esplendor y proteger sus instituciones”.
Concluye Caponnetto que “el Caudillo concibió
a la patria como un eco posible de la Civilización Cristiana”[11].
Por
eso el historiador Fermín Chávez afirma “pues
en verdad son teológicas y no meramente político-económicas las diferencias que
separan al federalismo del unitarismo liberal”. Es la batalla entablada
entre las dos ciudades agustinianas que persiste a través de toda nuestra
historia.
[1] Díaz Araujo, Enrique, Los Vargas de Mendoza, Mendoza, Editorial Facultad de Filosofía y
Letras, 2003, p. 184.
[3] Ibidem, p. 2, col. 1.
[4] Ibidem, p. 2, col. 2.
[6] Estandarte
federal, Mendoza, 12 de diciembre 1841, n. 1, p. 1. col. 1.
[7] Ibidem, p. 2, col 1.
[8] Ibidem, p. 2, col. 2.
[9] Bohdziewicz, Jorge. Historia y bibliografía crítica de las imprentas rioplatenses,
1830-1852, Buenos Aires, IBIZI, 2008, vol. I, p. 22.
[10] Bruno,
Cayetano, La Argentina nació católica, Buenos
Aires, Energeia, 1992, t. II, p. 510.
[11] Caponnetto,
Antonio. Notas sobre Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Katejon, 2013, p. 16, 17,
18, 26, 27, 31.
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