Muchos, observa [Mons. Pie], viven cual si el Hijo de
Dios no hubiera venido a la tierra. Esa ignorancia fingida constituye una
verdadera injuria al mismo Dios y sobre todo a Cristo, quien al proclamar la
universalidad de su designio, hizo ilegítimo cualquier tipo de abstencionismo.
"Todo poder me ha sido dado en el cielo y
en la tierra -dijo a sus apóstoles-; id pues, y enseñad a todas las naciones
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñadles a obedecer
todo lo que yo os he prescrito" (Mt 28, 19-20). Y según otro evangelista.
"Id al mundo entero, enseñad el Evangelio a toda creatura. El que crea y
se bautizare se salvará, el que no crea se condenara" (Mc 16, 15-16). No
son pocos quienes, a pesar de todo, se creen exentos de inclinarse ante Aquel
frente al cual "ha de doblarse toda rodilla", según ya vimos había
dicho Pablo a los filipenses. Algunos postulan, en vez de la doctrina enseñada
por Cristo, una ciencia inventada por los hombres, autónoma y subversiva,
olvidando aquello que escribía el mismo Apóstol: "Dios nos ha dado armas
poderosas para destruir esta fortaleza filosófica donde te refugias, para
derrocar toda altanería que se eleve contra la ciencia de Dios, y para cautivar
toda inteligencia bajo el yugo de Jesucristo" (2 Cor 10,4-5). Hay asimismo
quienes están dispuestos a aceptar tan sólo a un Jesús restringido, limitado,
a pesar de que, como enseña la Escritura, "plugo a Dios restaurar todas
las cosas en Jesucristo... a quien puso por cabeza de todas las cosas" (Ef
1, 10.22), y someterle de tal manera la naturaleza entera que nada escapase a
su imperio (cf. Hebr 2. 8); no existe un cristianismo a medida del hombre, con
márgenes y reservas. Están por fin los que militan activamente contra la
Realeza de Cristo, tratando de sustraerle los individuos y las naciones. Todos
ellos, sean enemigos declarados de Jesucristo, sean neutrales, sean cristianos
"hasta cierto punto", constituyen, en última instancia, el ejército
del Anticristo. "Esta piedra que queríais repudiar es la piedra angular,
fuera de la cual no hay salvación: porque no hay bajo el cielo otro nombre dado
a los hombres en el cual puedan ser salvados, si no es el nombre de Jesús"
(Act 4, 11-12).
Analizaremos luego el proceso
por el cual el hombre, que comenzó sustrayéndose a la soberanía de Dios,
acabaría por declararse a sí mismo soberano, proclamando luego la soberanía del
pueblo. "Era fácil preverlo. El hombre no había cumplido una obra abstracta
al proclamar sus derechos y al decretar su soberana independencia; una
apoteosis puramente metafísica no lo hubiese satisfecho por largo tiempo. Es
propio de Dios amarse a sí mismo, dirigir todo hacia Él. El hombre,
convirtiéndose a sí mismo en su Dios, sólo fue consecuente al encauzar todo
hacia él mismo como a su fin último. La moral y el culto debían constituirse
en armonía con el dogma; y, una vez admitido el dogma de la deificación del
hombre, la idolatría de sí se convertía en un culto racional, y el egoísmo era
elevado a la dignidad de religión".
Por
desgracia este "no queremos que Cristo reine sobre nosotros" es un
grito que encuentra eco en no pocos católicos, especialmente aquellos que
integran el llamado "catolicismo liberal". Pie aludirá a ellos
ampliamente en sus homilías y otros documentos, como lo veremos más adelante.
Limitémonos por ahora a un texto donde el Obispo de Poitiers se refiere a dicho
tema. Como punto de partida recurre a una hermosa cita de San Gregorio Magno,
donde ese santo Doctor, comentando el misterio de la adoración de los Magos,
cumplimiento de las profecías que preanunciaban para el Mesías la adoración de
todos los reyes y la sumisión de todas las naciones de la tierra, afirma:
"Los magos reconocen en Jesús la triple cualidad de Dios, de hombre y de
rey: ofrecen al rey el oro, a Dios el incienso, al hombre la mirra. Ahora bien,
hay algunos herejes que creen que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús
es hombre, pero que se niegan absolutamente a creer que su reino se extiende
por doquier". Lo que así comenta Pie: "Me dices, hermano, que tienes
la conciencia en paz, y aceptando totalmente el programa del catolicismo liberal,
entiendes permanecer ortodoxo, sobre la base de que crees firmemente en la
divinidad y en la humanidad de Jesucristo, lo cual es suficiente para
constituir un cristianismo inobjetable. Desengáñate. Desde el tiempo de San
Gregorio, había «algunos herejes» que creían esos dos puntos como tú; y su
«herejía» consistía en no querer reconocer al Dios hecho hombre una realeza
que se extendiese a todo: «se niegan a creer que su reino se extiende por
doquier». No, no eres irreprochable en tu fe; y el papa San Gregorio, más
enérgico que el
Syllabus,
te inflige la nota de herejía si tú eres de aquellos que, creyendo deber suyo
ofrecer a Jesús el incienso, se niegan a agregar el oro".
El clamor de los que, en una u otra forma, hacen suyo el viejo
grito "No queremos que Este reine", eco del satánico "Non serviam", por resonante que sea, nunca
será capaz de destronar a Jesucristo. Porque todos somos súbditos de Dios, ya
reconozcamos su autoridad, ya rechacemos su soberanía. El mundo fue creado
para su gloria. La soberbia del hombre nada puede contra el imperio del Señor.
Será preciso, sin embargo, y tal es la tarea de la Iglesia, convencer a los
hombres, sobre todo a los hombres públicos, de que nada lograrán en orden a la
consolidación de los individuos y de las naciones, mientras se resistan a
poner como base la piedra, la única piedra que ha sido puesta por la mano
divina: Petra autem erat
Christus
("La piedra era Cristo", 1 Cor 10, 4).
Excelente y siempre oportuna advertencia: no sólo el incienso y la mirra, sino también el oro debe tributársele al Señor.
ResponderEliminarY una pequeña puntualización: la «d» faltante en «sicut dixit».
Feliz Pascua en Cristo.
Gracias Flavio. ¡Feliz Pascua! ya está corregido
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