El Padre Castellani en
aquellos célebres y recordados versos nos decía:
“Si yo tuviera un hijo
Le daría un buen caballo,
Para huir de las escuelas, los pedantes y los diarios.
No le enseñaría a leer, mucho menos a escribir.
Lo mandaría a las estancias a soñar el porvenir,
Y a aprender la única forma, digna, nuestra, de morir”.
Hoy lamentablemente la
mayoría de nuestros niños se crían exactamente al revés de lo que creía
deseable el Padre Castellani: sin animales, (entre cuatro paredes, a los sumo
con una histérica mascota), pasando la mayor parte del día en las escuelas,
entre pedantes. Si no saben lo que es un diario, sí saben acerca de internet,
de “navegación”, de “virus”. Deseable sería que por navegar entendieran subirse
a un barco o al menos acostarse junto a un charco con uno hecho de papel. Que
los únicos virus que conocieran fueran los que te traen la tos o el dolor de
panza. Ignoran lo que es una estancia, no saben acerca de soñar, menos aún
sobre qué cosa sea morir.
Urge, en medio de tanta
polución tomar el camino de “regreso a la virtud y a los fundamentos del orden
natural; al amparo de la vida agreste y sencilla, el desdén por la barbarie de
la cultura oficial y de la intelligenzia pública, y el mantenerse aferrado a la
verdadera ciencia, que consiste –como rezaba el viejo Catecismo- en encontrar
la salvación”[1].
“La ciencia más acabada
es que el hombre en gracia acabe,
pues al fin de la jornada,
aquél que se salva, sabe,
y el que no, no sabe nada”.
Entre las cosas que hemos de
recobrar es la principalía de la poesía en la educación del niño. Porque la
poesía habla de lo sacro, con su lenguaje musical y misterioso. La buena poesía
connatural a la vida sencilla, al tiempo que da lugar al placentero espíritu de
admiración, que nos permite el disfrute y el razonamiento, aprendiendo algo[2].
Así fueron las antiguas
culturas, las grandes civilizaciones de la antigüedad, la cristiandad, la
hispanidad. Fueron todas aquellas culturas principalmente basadas en el “estilo
oral”. Hay que hacer el esfuerzo por situarse en una sociedad
principalmente basada en el “estilo oral”.
Pues bien, al decir de
Castellani, “el ‘estilo oral’ es la manera de expresarse de los medios en que
todavía no está vigente la escritura; y el pensamiento y su expresión se
desenvuelven por cauces enteramente diferentes de
aquestos a que nosotros estamos acostumbrados”[3].
Sostiene que la expresión humana tiene tres etapas: la primera, que da origen
al lenguaje, es la del “gesto”; la segunda es el sistema de
expresión rítmico-mnemotécnico, compuesto de “gestos proposicionales”,
encadenados entre sí por medio de una palabra broche (“la abuela de la actual
rima de los poetas”); la tercera y última etapa es la del lenguaje escrito.
Castellani nos hace pensar
en las necesidades vitales que tenían aquellas sociedades de recordar la
religión, las leyes y la historia. “Este cometido perteneció a los
‘recitadores’ que con diferentes nombres existieron en todos los pueblos; y
cuya función fue de primera importancia, muy superior a la de los escritores,
periodistas y oradores de nuestros días. Nuestros ‘payadores’ pertenecieron a
ese linaje”[4]. Así es que, por medio del recitado y de la poesía se mantenía
en la memoria de los pueblos lo que era valioso.
Platón en el Fedro, cuenta que en Egipto, el dios Teut inventó los números, el
cálculo, la geometría, la astronomía, el ajedrez y los dados y la escritura. El
rey Tamus reinaba en aquel país del alto Egipto. Teut le llevó al rey
las artes que había inventado. Fue recomendando al rey y explicando las
utilidades de cada invención. Sobre la escritura dijo:
he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener […]
respondió el rey […] Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le
atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino
el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la
memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el
cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu[5].
Se conservaba en versos los recuerdos arraigados en
los entresijos del alma. Por eso
es que la poesía es anterior y más natural que la prosa.
Bueno sería por lo tanto que volviéramos a la poesía
para enseñar a nuestros hijos a guardar aquellas cosas loables –el amor a Dios,
a la Patria, a sus padres, a su tierra, a las flores y a las aves, a su ángel,
al sol y a las estrellas, a las maravillas del cielo y de la tierra–que deben
conservarse en el espíritu, en lo más cuidado del alma, no en papel ni en
pantalla.
[1] Caponnetto, Antonio. La misión
educadora de la familia. Mendoza, Narnia, 1988, p. 114-115.
[3] Castellani Conte-Pomi,
Leonardo, El Evangelio de Jesucristo, Buenos
Aires, Theoria, 1963, p. 422.
[4] Ibidem, p. 423.
[5] Platón, “Fedro”, en: Obras Completas, edición de Patricio de
Azcárate, Madrid, 1871, t. 2, p. 341.
http://www.adelantelafe.com/un-juez-sin-pelos-en-la-lengua-educacion-de-los-hijos-y-peligros-de-la-tecnologia/
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