Estimados amigos:
Compartimos este artículo escrito por el Padre Castellani en 1951 porque puede arrojar luz sobre los tiempos actuales y sobre todo darnos la respuesta acerca de por qué hay que seguir construyendo y luchando como así también la exacta respuesta a los "galgos ilusos". Realismo esperanzado..., pesimismo constructivo... llámese como se quiera, vale el testimonio de quien sufrió la crisis en carne propia y sin embargo no bajó los brazos.
(Nota: hay alusiones que se refieren a cuestiones y personas de ese momento, pero no hemos querido modificar ni suprimir nada. Va completo)
Visión religiosa de la crisis actual [1951]
Hay que trabajar como si el mundo hubiera de durar
siempre;
pero hay que saber que el mundo no va a durar siempre.
Esta actitud aparentemente contradictoria o imposible ha sido siempre la
consigna de los espíritus religiosos en todas las grandes crisis de la
historia, desde la Epístola a los de Tesalónica de San Pablo hasta la actitud
práctica de los creyentes actuales, un Belloc, por ejemplo.
Los dos términos parecen inconciliables; y lo serían si no fuera por el misterioso
catalítico que es la fe. Mas, el valor pragmático de la actitud apokalyptica puede apreciarse aun fuera
de la fe, por un positivista de talento, por ejemplo.
Por eso no hemos vacilado en
publicar, y eso con no pocos esfuerzos y riesgos, en medio de la incertidumbre
y el dolor de esta hora, un ensayo sobre el Apokalypsis
que la superficialidad de alguno calificará, sin duda, de
"pesimista".
Es pesimismo constructivo.
San Pablo fue un hombre a la vez alucinado y práctico;
como todos los místicos. Predicó tan fuerte en Tesalónica acerca del Misterio
de Iniquidad, ya en vigencia entonces -que él veía por transparencia en aquel
enorme Imperio persecutorio y tiránico-, describiéndolo con tan inminentes
rasgos, que los tesalonicenses decidieron no trabajar más, dado que el Fin del
Mundo se venía encima. Entonces el impetuoso Tarcense les escribe de nuevo
corrigiéndolos: el Fin del Mundo vendrá, según lo atestado por Cristo, pero la
hora y el día exacto no lo sabemos; no puede ser ahora de inmediato, pues vemos
que todavía se yergue El-Que-Ataja,
el Katejón, y, en
consecuencia, trabajen todos, y el que no trabaja, que no coma.
Esta misma actitud práctica
fue la de San Vicente Ferrer, la de Pedro Oliva, la de todos los profetas; como
buenos médicos, huelen la muerte, pero siguen medicando.
Morituri te salutant.
Es la actitud paradojal de la
fe. La fe asegura al cristiano que este
aión, este ciclo de la Creación tiene su fin; que el fin será
precedido por una tremenda agonía y seguido de una espléndida reconstrucción;
o, en palabras religiosas, que "Cristo vuelve un día a poner a sus
enemigos de escabel de sus pies y a tomar posesión efectiva del Reino de los
Cielos trasladado a la tierra..." Así lo dice el Texto, yo no soy solo
responsable de esta enormidad.
Esta final agonía -en el sentido etimológico de lucha suprema- pertenece al acervo
dogmático o mitológico de todas las religiones formadas; y en la cristiana está
prenunciado y descrito -en Daniel Profeta, en el Sermón Esjatológico de Cristo
y en el libro final de la Biblia, la
Revelación o Apokalypsis- con los colores más vigorosos y los
rasgos más fuertes que jamás lograra la facultad del verbo humano.
Por una paradoja de
psicología profunda esta literatura pesimista ha sostenido el optimismo constructivo
del Cristianismo.
En las épocas en que la Iglesia ha vivido en el temblor y en la
predicación osada de la "inminente Parusía" es cuando ha construido
ingentes catedrales y acabado empresas desesperantes; en los tiempos de San
Pablo, de San Agustín, de Gregorio el Magno, de Hildebrando, de Joaquín da
Fiore, de Odón de Cluny, de Vicente Ferrer. Se puede decir que la espera del
Fin del Mundo, que una arbitraria leyenda circunscribe al Año Mil, ha estado
presente casi sin interrupción en la conciencia cristiana de todo el Medio
Evo; y el Medio Evo construyó esta civilización occidental, que todos dicen que
hoy periclita y que los masones defienden.
Esta imagen aceptada de las
catástrofes apokalypticas sirvió a
los pueblos fieles para superar las catástrofes actuales; lo cual es, en el
fondo, lógico; por mejor decir, psicológico. Un clavo saca a otro clavo. Es la
misma acción "cathártrea
de la tragedia", que nos enseñó Aristóteles.
Cuando las inmensas vicisitudes del drama de la
Historia, que están por encima del hombre y su mezquino racionalismo, llegan a
un punto que excede a su poder de medicación y aun a su poder de comprensión
-como es el caso en nuestros días- sólo el creyente posee el talismán de
ponerse tranquilo para seguir trabajando, que no es otro que el que expresó el
poeta:
Sólo el que ya nada espera será un terrible optimista
y aquel que lo ha dado todo no teme a ningún ladrón.
Cuando
parece que los cimientos del mundo ceden y se descompagina totalmente la
estructura íntegra -como pasó, por ejemplo, en el siglo XIV- entonces el sabio
lee el Apokalypsis y dice: "Todo esto está previsto y mucho más. ¡Atentos!
Pero después de esto viene la victoria definitiva. El mundo debe morir. Aunque
de muchas enfermedades ha curado ya, una enfermedad será la última. Mas, el
alma del mundo, como la del hombre, no es una cosa mortal".
Esta publicación nuestra no es una
revista de teología sino de ciencia y filosofía social; sin embargo, no está
fuera de ella -al contrario- la consideración de la visión religiosa de la
crisis actual, que es uno de los motores más poderosos (el primer motor)
incluso del movimiento político y económico. Si el hombre no tiene una idea de
adonde va, no se mueve; o si se sigue moviendo, llega
un momento en que su motus
deja de ser humano y se vuelve una convulsión.
Perdido
en las masas occidentales en gran parte el fermento de la verdad cristiana, y,
peor aún, falsificado en parte y convertido en
fermentum pharijeorum, el pensamiento moderno y
el hombre de hoy han disociado e invertido los dos términos de la consigna
cristiana; y dos posiciones heterodoxas y entre sí opuestas, una eufórica y
otra agorera, dominan hoy vastamente el aire del tiempo:
1.
Sabemos que el mundo no
puede acabar.
2.
Todo es inútil, no se puede
hacer absolutamente nada.
Estas
dos posiciones puede encontrarlas el lector en su vecindad y aun en su familia,
y quizá incluso en sí mismo, alternándose en moto pendular en las horas
agitadas o foscas. Ejemplificarlas en la actual literatura social o filosófica
es fácil.
El
ocaso de Occidente ha dado tema y título a un
gran libro de filosofía y profecía, de la escuela de Vico: Spengler documentó
con erudición portentosa el estado de ánimo
tesalonicense: nuestra civilización ha llegado al fin
de su ciclo, al agotamiento senil y al cáncer, contra el cual no hay nada. La
misma posición mantienen filósofos tan talentosos como René Guénon.
Luis Klages, Benedetto Croce y otros menores. Describen con
colores sombríos la crisis de Occidente, lo desahucian fríos e implacables, y
señalan la caquexia total de las fuerzas conservativas y vitales, incluso de
las fuerzas religiosas. El melancólico final de Las Dos Fuentes de la Religión y la Moral, del
gran Bergson..., es un papel de médico que se equivoca y extiende el
certificado de defunción en vez de la receta que intentaba.
La otra posición, de euforia desatinada y pueril, es más
frecuente, como que es más cobarde: es el espejismo del Progreso Indefinido del
siglo pasado, prolongado y ampliado, desmesuradamente, hoy día en un Toynbee,
un Wells, un Bernard Shaw... El mundo ha vivido ya centenas de millones de años
y por lo tanto seguirá viviendo centenares de centurias de siglos. Ninguno de
los dos términos se puede saber, pero ellos lo afirman con fuerza de dogma.
Por tanto, todo esto que nos pasa, no puede ser más que una gripe, que
necesariamente sanará y eso para dejar al organismo más sano, robusto y
maravilloso que antes, en los esplendores edénicos de la "era atómica".
"Éstos no son dolores de agonía sino de parto", dicen. El Superhombre
está al nacer, junto con la Superfederación de las naciones del orbe en una
sola, y la palingenesia total del Universo visible, por obra de la Ciencia
Moderna. Esta idea, o imagen o mito está en el ambiente, y tropieza uno con
ella en todas partes; implícita o explícita, aplicada o pura, en forma de
argumento o de espectáculo, con las variaciones más sublimes o más idiotas la
gran Esperanza del Mundo Moderno trasparece hasta en las revistas de Vigil y
las historietas yanquis en que los niños argentinos aprenden... ¡religión!,
quizá más que en los manuales salesianos de las escuelas. Efectivamente, esta
imagen de la unidad, es decir, de la UN y de la UNESCO, tiene ya vigencia religiosa.
Tiene ya incluso su gran teorizante religioso, su teólogo o
profeta: el P. Teilhard de Chardin, reputado hombre de ciencia parisino, de las
Academia de Ciencia de París y Londres, colaborador de Etudes y Revue des Questio Scientifiques: un gran nombre y una gran
pluma, indudablemente.
En una veintena de opúsculos, sin imprimatur eclesiástico, ni de su orden,
mimeografiados algunos en China o Japón, que corren mucho por Francia, España,
Italia, y no son desconocidos en nuestro país, el antropólogo descubridor del Homo pekinensis diseña una teología nueva, brillante
y seductora que bien se puede denominar un neo-catolicismo... ¿Neocatolicismo? Sí, señor:
neocatolicismo antropolátrico.
No es de esta revista su
estudio, ni podríamos exponerlo bien en reducido espacio.
Baste decir que partiendo de
la Evolución Creadora, de Bergson, dando como probado y cierto el evolucionismo
darwinista y moviéndose en la esfera del pensamiento teológico llamado modernista (naturalización total de lo
divino, error de Baius) construye una vasta e inflamada dogmática nueva bajo la
cáscara de los dogmas antiguos, con una elocuencia y un patetismo de profeta,
como si realmente estuviera poseído del "Espíritu de la Tierra" -como
él dice- que por otro nombre fue llamado el Eros
Cosmogónico y también ¿por qué no el Príncipe
de Este Mundo?
El punto focal de su especulación
no es otro que esa unificación triunfal
del Universo, a la cual corren, según él, las naciones infaliblemente bajo la
atracción formidable de un "Cristo Universal" que absorbe hacia sí al
Universo inmanentemente, ya que está encarnado en él desde su creación y es su
propio élan vital; del cual
"Cristo Universal" el cristo
histórico llamado Jesús de Nazareth ha sido un avatar, una manifestación, una
fugaz epifanía visible. Qué forma concreta tomará ese "Cristo
Universal" o Alma del Mundo, que está sumergido en la creación y
constituye su vida, no nos lo dice el hierofante, pero de lo que está seguro es
de la gran fusión de los pueblos en uno y del advenimiento natural de la
Restauración Ecuménica. El entusiasmo, el patetismo y el ímpetu religioso con
que el alma de Teilhard de Chardin anima esta síntesis esencial de todas las
heterodoxias modernas, y aun antiguas, es cosa notabilísima. Enferma leerlo;
pero ilustra muchísimo; a un teólogo, por lo menos.
Todo lo que es internacional
es de esencia religiosa. Por instinto el hombre odia o teme al extranjero y su
razón no supera los límites de su "idioma" (de su clan, tribu, nación
o raza) sino bajo la presión del sentimiento religioso: tesis que Bergson dejó
establecida con toda precisión en Les
Deux Sources.
Decir esto es decir que todo
lo que hoy día es internacional, o es católico o es judaico. Son las dos únicas
religiones universales. La masonería es una invención judaica, el islamismo es
una herejía judaica.
La unión de las naciones en
grandes grupos, primero, y, después, en un solo Imperio mundial, sueño potente
y gran movimiento del mundo de hoy, no puede hacerse, por ende, sino por Cristo
o contra Cristo. Lo que sólo puede hacer Dios -y que hará al final, según
creemos, conforme está prometido- el mundo moderno febrilmente intenta
construirlo sin Dios; apostatando de Cristo, abominando del antiguo boceto de
unidad que se llamó la Cristiandad y oprimiendo férreamente incluso la
naturaleza humana, con la supresión pretendida de la familia y de las patrias.
Mas, nosotros defenderemos
hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos
primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos.
Es decir, sabiendo que si
somos vencidos en esta lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se
acaba, entonces Cristo dijo verdad. Y entonces el acabamiento es prenda de
resurrección.
Se necesita ser iluso para
correr esta liebre...
Si uno se fija bien, el galgo
corre menos que la liebre; y si los galgos actuales alcanzan a las liebres,
ello se debe a un Galgo Iluso, que allá en la prehistoria siguió corriendo a
pesar de ver que perdía terreno. Los otros galgos desistieron y dijeron: "¡Valiente
iluso!"; y se llevaron la sorpresa de sus vidas cuando vieron que el otro
volvía con la Orejuda en la boca, habiendo descubierto para su raza que la
liebre es más rápida, pero menos resistente.
El diablo es rápido. Pero,
nosotros, los ilusos, los que tenemos miedo al Diablo, al Anticristo y a la
Ramera Escarlata, somos los que hemos de salvar al mundo, si este mundo de Dios
merece ser salvado.
Dinámica
Social, n° 13-14 Buenos Aires, septiembre-octubre de 1951. Castellani,
Leonardo, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, Buenos Aires, Vórtice, 2004, p. 254-259.
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