Los tiempos que nos ha tocado vivir son tiempos de
confusión… Tiempos en que a menudo sucede que aquellos que fueron nuestros
maestros, nuestros superiores, nuestros dirigentes o nuestros hermanos,
camaradas o compañeros en el camino de la fe, defeccionan, cambian su discurso
o su modo de pensar y/o de actuar… Ante esto puede existir en nosotros la
tentación de aflojar, de bajar los brazos, de ceder ante el mundo… Si los que
me enseñaron o me guiaron hasta ayer, hoy me insultan y me injurian… entonces…
Entonces es cuando resulta más que conveniente recordar
aquello que enseñaba el P. Leonardo Castellani en El Evangelio de Jesucristo acerca de la fe:
“Las gentes de mi raza no saben cómo se produce la fe,
saben que tienen fe. Y yo sé cómo no
se produce la fe. Estrictamente hablando nadie puede “enseñar” el Evangelio a
otro: “No llaméis a nadie Maestro, porque
uno es el Maestro, Cristo”. Decir por ejemplo que el P. Rosadini me “enseñó”
la Epístola a los Tesalónicos, o San Agustín me hizo entender el Evangelio de San
Juan, es como decir, más o menos, que el cura que casó a mi padre y a mi madre
me dio la existencia” (p. 441).
Genial explicación de Castellani para que no nos
confundamos: alguien puede anunciarme el Evangelio pero dado que el contenido
de la fe es superior al intelecto del hombre, sólo Dios puede enseñármelo,
estrictamente hablando:
“El Evangelio qua evangelio,
es decir qua “Buena Nueva” y “Novedad
Absoluta” se puede anunciar, no se puede enseñar. Un hombre puede ser ocasión de mi fe; no puede ser condición de mi fe; y mucho menos su causa” (p. 441).
Más adelante se explaya en esta misma idea:
“es necesario tener un ser humano que nos toque el timbre
del oído para abrir el corazón; un “predicante”. Pero el predicante no es más
que la Ocasión; el Espíritu es la Condición” (p. 442).
Esta es la razón por la que nuestra Fe y nuestra Esperanza
no está puesta en los hombres, por mucha amistad, o admiración hayamos tenido
por ellos; no fueron ellos más que la ocasión para que el Espíritu Santo en lo
secreto de nuestra alma insuflara la fe.
Y hay algo más. Esta noción es indispensable tenerla
presente cuanto más nos vayamos arrimando a los últimos tiempos, como el
paisano se arrima al fogón a medida que la noche se va haciendo más espesa… Por
eso vale también recordar lo que el Padre Castellani caracteriza como la madurez
de la fe:
“Si yo abrazo “la fe de nuestros padres” por el mero
hecho de haber sido gigantes padres, no paso más allá de ser un buen niño, un
chiquito bien educado. Si el criterio para abrazar una religión es que muchos
la profesan, entonces cuando la Iglesia de Cristo tenía doce hombres, era
falsa; y al fin de los tiempos sería de nuevo falsa” (p. 446).
Porque, como sabemos, una de las mayores
dificultades de los últimos tiempos será permanecer fiel, a pesar de que muchos
no lo hagan. Pidamos entonces tener una fe madura, una fe adulta que no está
fundada en palabras de hombre sino en el Espíritu de Dios. Sólo así podremos
ser verdaderos apóstoles, con la ayuda de la Santísima Virgen, como los que describe
San Luis María Grignion de Montfort:
“Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A
quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para
realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.
Dormirán sin oro ni plata y, lo que más cuenta, sin preocupaciones en medio
de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal. 68, 14). Tendrán, sin embargo, las alas plateadas
de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la
salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y no dejarán en
pos de sí, en los lugares en donde prediquen, sino el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley
(cfr. Rom. 13, 10).
Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de
Jesucristo. Caminando sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de
lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura
verdad, conforme al Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por
nada ni hacer acepción de personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a ningún
mortal por poderoso que sea.
Llevarán en la boca la espada de dos filos de la Palabra
de Dios, sobre sus hombros el estandarte ensangrentado de la cruz, en la mano
derecha el crucifijo, el Rosario en la izquierda, los sagrados nombres de Jesús
y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y mortificación de
Jesucristo” (p. 38).
Andrea
Castellani,
Leonardo, El Evangelio de Jesucristo, Buenos
Aires, Theoria, 1963.
Grignion
de Montfort, Luis María, Tratado de la
verdadera devoción a la Santísima Virgen, Buenos Aires, Roma, 1973.
La base recibida en la adolescencia: piedad, estudio, dirección espiritual, apostolado y vida comunitaria, a la fecha es cierta, nos enseñaron bien; pero el tiempo nos dice que cada ítem es dinámico, aun cuando quisiéramos instalarnos.
ResponderEliminarGracias por su aporte - además amistoso! -
Que bueno es percibir en medio de tanta confusión, que el Maestro es sólo uno y único. Aún en el dolor de la traición de tantos, debemos hacer un esfuerzo por recordar que sólo Uno, no traiciona, no miente, no difama, no despide. Que sólo Uno, es a quien debemos obedienica, fervor, súplica y servicio. Que sólo Uno es a quien hay que acudir en vida y en la muerte. Sepan los ocasionales impenitentes, que no les daremos nada de lo que le corresponde al Autor y Dador de todo. Para ustedes, sólo nuestro deseo de arrepentimento, y enmienda en la medida en que nosotros perdonemos, como enseña el Padre nuestro, que es de todos, pero de todos los que sepan sostener la verdad.
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