Tengo miedo, confieso que tengo miedo cuando pienso cuáles pueden ser los efectos que tenga la tecnología moderna en el futuro de nuestros niños. Nosotros la conocimos ya grandecitos y así y todo algunos de nosotros hemos tenido serias dificultades para no enviciarnos o generar adicciones o transtornos de ansiedad... ¿Cuáles pueden ser los efectos futuros en niños que desde la más tierna infancia tienen acceso a internet, al whatsapp, facebook, twiter y un interminable etcetera?
Del artículo de Juan Manuel de Prada, que recomiendo leer más abajo, destaco dos párrafos que me golpean con fuerza:
"toda su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba
ligada a los diversos cacharritos y artilugios que le permitían
mantenerse on line con amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante. Inevitablemente,
el cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida
nerviosa y aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de
estímulos cambiantes. Su atención se había acabado convirtiendo en un
pájaro enjaulado que salta a cada instante de uno a otro balancín, por
no detenerse nunca a considerar que está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia natural de ese aturdimiento (...)
...una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a nuestro internamiento en la trituradora..."
Una vida nerviosa
11 de octubre de 2015
Juan Manuel de Prada
Un profesor
universitario amigo me confiesa desolado que una amplia mayoría de sus alumnos
son por completo incapaces de leer un libro; y que, entre los pocos que
afrontan su lectura, sólo un puñado puede comprenderlo. Aunque recomienda
a lo largo del curso diversas lecturas que complementan sus apuntes, cuando
llegan los exámenes comprueba que casi nadie ha seguido su recomendación; y
los pocos alumnos que le comentan los libros recomendados suelen ser pícaros
que recopilan en interné cuatro reseñas birriosas, en un esfuerzo estéril por
camelarlo. Pero nada ha conturbado tanto a mi amigo como un episodio que le
aconteció recientemente: un alumno le solicitó permiso para grabar en vídeo sus
clases; como mi amigo se resistía a aceptar, temeroso sobre todo del destino
que luego pudieran correr tales grabaciones (que ya imaginaba divulgadas en
youtube y, por supuesto, utilizadas para escarnecerlo), el alumno le
confesó atribulado que era incapaz de estudiar sus apuntes, porque apenas se
ponía a leerlos perdía la concentración. Sólo contemplando el vídeo de
sus clases podía llegar a aprender y memorizar las lecciones. Asustado, mi
amigo preguntó a su alumno cómo lograba, entonces, estudiar las demás
asignaturas; y el alumno le confesó que mediante el mismo método, asegurando
que por interné se pueden encontrar numerosos vídeos y presentaciones de
PowerPoint que permiten ir aprobando a cualquier universitario remolón, aunque
sea sin excesiva brillantez.
Mi amigo no es hombre
abstruso ni alambicado; se expresa en un español correctísimo, incluso
levemente 'didáctico', y apenas recurre a las oraciones subordinadas
cuando expone sus lecciones. Sucedía, sin embargo, que su alumno era incapaz de
mantener la atención fija; era incapaz de entender los razonamientos más
elementales; era incapaz de seguir el hilo de un relato escrito. Mi amigo se
quedó perplejo y horrorizado ante su confesión; y al principio no supo
si expulsarlo de clase con cajas destempladas o concederle que grabase su
lección. Pero pensó que ambas soluciones eran improductivas; así que citó
al alumno en su despacho, en un intento de comprender mejor las causas de su
deterioro cognitivo. El alumno acudió contrito al despacho de mi amigo, como
quien acude al confesionario, y en varias conversaciones le reconoció que toda
su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba ligada a los
diversos cacharritos y artilugios que le permitían mantenerse on line con
amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando
por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante.
Inevitablemente, el
cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida nerviosa y
aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de estímulos cambiantes.
Su atención se había acabado convirtiendo en un pájaro enjaulado que salta a
cada instante de uno a otro balancín, por no detenerse nunca a considerar que
está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia
natural de ese aturdimiento; no podía entender un razonamiento mínimamente
complejo por la sencilla razón de que su cerebro se exasperaba tratando de
hilvanar sus proposiciones, tratando de desentrañar el significado de sus
palabras, y buscaba los mensajes inmediatos, netos, ramplones: las consignas,
los apóstrofes, los enunciados más sencillos que le permitiesen saltar de
inmediato a cualquier otra simpleza que irrumpiese, a modo de relámpago fugaz,
en su cerebro. Todo ello envuelto en una especie de ansiedad eufórica, como si el
acopio incesante de estímulos fuese la droga que su cerebro necesitaba para no
perecer del todo, o para vivir esa vida sin poso ni reposo, sin cognición ni
discernimiento, una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en
la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para
rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos
distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a
una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a
nuestro internamiento en la trituradora, allá donde formaremos la papilla
humanoide que conviene a los nuevos tiranos.
Porque cada vez
resulta más evidente que esta vida nerviosa es el cimiento de una nueva
esclavitud, mucho más aberrante que ninguna otra que la haya precedido: una
esclavitud de esclavos eufóricos, ansiosos de su droga, felices con su droga...
¡Y con título universitario!
http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/juan-manuel-de-prada/20151011/vida-nerviosa-8942.html
En una triste realidad que desafortunadamente incluye a varias generaciones de adultos y no solo a los jóvenes.
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