En estos cinco links ofrecemos el artículo completo
http://quenotelacuenten.com/2016/01/24/la-vida-contemplativa-y-la-evangelizacion-de-america-1-de-5/
http://quenotelacuenten.com/2016/01/28/la-vida-contemplativa-y-la-evangelizacion-de-america-2-de-5/
http://quenotelacuenten.com/2016/02/01/la-vida-contemplativa-y-la-evangelizacion-de-america-3-de-5/
http://quenotelacuenten.com/2016/02/05/la-vida-contemplativa-y-la-evangelizacion-de-america-4-de-5/
http://quenotelacuenten.com/2016/02/09/la-vida-contemplativa-y-la-evangelizacion-de-america-5-de-5/
martes, 9 de febrero de 2016
lunes, 25 de enero de 2016
Efectos de la tecnología en nuestros hijos
Del artículo de Juan Manuel de Prada, que recomiendo leer más abajo, destaco dos párrafos que me golpean con fuerza:
"toda su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba
ligada a los diversos cacharritos y artilugios que le permitían
mantenerse on line con amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante. Inevitablemente,
el cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida
nerviosa y aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de
estímulos cambiantes. Su atención se había acabado convirtiendo en un
pájaro enjaulado que salta a cada instante de uno a otro balancín, por
no detenerse nunca a considerar que está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia natural de ese aturdimiento (...)
...una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a nuestro internamiento en la trituradora..."
Una vida nerviosa
11 de octubre de 2015
Juan Manuel de Prada
Un profesor
universitario amigo me confiesa desolado que una amplia mayoría de sus alumnos
son por completo incapaces de leer un libro; y que, entre los pocos que
afrontan su lectura, sólo un puñado puede comprenderlo. Aunque recomienda
a lo largo del curso diversas lecturas que complementan sus apuntes, cuando
llegan los exámenes comprueba que casi nadie ha seguido su recomendación; y
los pocos alumnos que le comentan los libros recomendados suelen ser pícaros
que recopilan en interné cuatro reseñas birriosas, en un esfuerzo estéril por
camelarlo. Pero nada ha conturbado tanto a mi amigo como un episodio que le
aconteció recientemente: un alumno le solicitó permiso para grabar en vídeo sus
clases; como mi amigo se resistía a aceptar, temeroso sobre todo del destino
que luego pudieran correr tales grabaciones (que ya imaginaba divulgadas en
youtube y, por supuesto, utilizadas para escarnecerlo), el alumno le
confesó atribulado que era incapaz de estudiar sus apuntes, porque apenas se
ponía a leerlos perdía la concentración. Sólo contemplando el vídeo de
sus clases podía llegar a aprender y memorizar las lecciones. Asustado, mi
amigo preguntó a su alumno cómo lograba, entonces, estudiar las demás
asignaturas; y el alumno le confesó que mediante el mismo método, asegurando
que por interné se pueden encontrar numerosos vídeos y presentaciones de
PowerPoint que permiten ir aprobando a cualquier universitario remolón, aunque
sea sin excesiva brillantez.
Mi amigo no es hombre
abstruso ni alambicado; se expresa en un español correctísimo, incluso
levemente 'didáctico', y apenas recurre a las oraciones subordinadas
cuando expone sus lecciones. Sucedía, sin embargo, que su alumno era incapaz de
mantener la atención fija; era incapaz de entender los razonamientos más
elementales; era incapaz de seguir el hilo de un relato escrito. Mi amigo se
quedó perplejo y horrorizado ante su confesión; y al principio no supo
si expulsarlo de clase con cajas destempladas o concederle que grabase su
lección. Pero pensó que ambas soluciones eran improductivas; así que citó
al alumno en su despacho, en un intento de comprender mejor las causas de su
deterioro cognitivo. El alumno acudió contrito al despacho de mi amigo, como
quien acude al confesionario, y en varias conversaciones le reconoció que toda
su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba ligada a los
diversos cacharritos y artilugios que le permitían mantenerse on line con
amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando
por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante.
Inevitablemente, el
cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida nerviosa y
aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de estímulos cambiantes.
Su atención se había acabado convirtiendo en un pájaro enjaulado que salta a
cada instante de uno a otro balancín, por no detenerse nunca a considerar que
está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia
natural de ese aturdimiento; no podía entender un razonamiento mínimamente
complejo por la sencilla razón de que su cerebro se exasperaba tratando de
hilvanar sus proposiciones, tratando de desentrañar el significado de sus
palabras, y buscaba los mensajes inmediatos, netos, ramplones: las consignas,
los apóstrofes, los enunciados más sencillos que le permitiesen saltar de
inmediato a cualquier otra simpleza que irrumpiese, a modo de relámpago fugaz,
en su cerebro. Todo ello envuelto en una especie de ansiedad eufórica, como si el
acopio incesante de estímulos fuese la droga que su cerebro necesitaba para no
perecer del todo, o para vivir esa vida sin poso ni reposo, sin cognición ni
discernimiento, una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en
la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para
rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos
distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a
una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a
nuestro internamiento en la trituradora, allá donde formaremos la papilla
humanoide que conviene a los nuevos tiranos.
Porque cada vez
resulta más evidente que esta vida nerviosa es el cimiento de una nueva
esclavitud, mucho más aberrante que ninguna otra que la haya precedido: una
esclavitud de esclavos eufóricos, ansiosos de su droga, felices con su droga...
¡Y con título universitario!
http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/juan-manuel-de-prada/20151011/vida-nerviosa-8942.html
miércoles, 6 de enero de 2016
El don de la Fe en los tiempos que corren
Los tiempos que nos ha tocado vivir son tiempos de
confusión… Tiempos en que a menudo sucede que aquellos que fueron nuestros
maestros, nuestros superiores, nuestros dirigentes o nuestros hermanos,
camaradas o compañeros en el camino de la fe, defeccionan, cambian su discurso
o su modo de pensar y/o de actuar… Ante esto puede existir en nosotros la
tentación de aflojar, de bajar los brazos, de ceder ante el mundo… Si los que
me enseñaron o me guiaron hasta ayer, hoy me insultan y me injurian… entonces…
Entonces es cuando resulta más que conveniente recordar
aquello que enseñaba el P. Leonardo Castellani en El Evangelio de Jesucristo acerca de la fe:
“Las gentes de mi raza no saben cómo se produce la fe,
saben que tienen fe. Y yo sé cómo no
se produce la fe. Estrictamente hablando nadie puede “enseñar” el Evangelio a
otro: “No llaméis a nadie Maestro, porque
uno es el Maestro, Cristo”. Decir por ejemplo que el P. Rosadini me “enseñó”
la Epístola a los Tesalónicos, o San Agustín me hizo entender el Evangelio de San
Juan, es como decir, más o menos, que el cura que casó a mi padre y a mi madre
me dio la existencia” (p. 441).
Genial explicación de Castellani para que no nos
confundamos: alguien puede anunciarme el Evangelio pero dado que el contenido
de la fe es superior al intelecto del hombre, sólo Dios puede enseñármelo,
estrictamente hablando:
“El Evangelio qua evangelio,
es decir qua “Buena Nueva” y “Novedad
Absoluta” se puede anunciar, no se puede enseñar. Un hombre puede ser ocasión de mi fe; no puede ser condición de mi fe; y mucho menos su causa” (p. 441).
Más adelante se explaya en esta misma idea:
“es necesario tener un ser humano que nos toque el timbre
del oído para abrir el corazón; un “predicante”. Pero el predicante no es más
que la Ocasión; el Espíritu es la Condición” (p. 442).
Esta es la razón por la que nuestra Fe y nuestra Esperanza
no está puesta en los hombres, por mucha amistad, o admiración hayamos tenido
por ellos; no fueron ellos más que la ocasión para que el Espíritu Santo en lo
secreto de nuestra alma insuflara la fe.
Y hay algo más. Esta noción es indispensable tenerla
presente cuanto más nos vayamos arrimando a los últimos tiempos, como el
paisano se arrima al fogón a medida que la noche se va haciendo más espesa… Por
eso vale también recordar lo que el Padre Castellani caracteriza como la madurez
de la fe:
“Si yo abrazo “la fe de nuestros padres” por el mero
hecho de haber sido gigantes padres, no paso más allá de ser un buen niño, un
chiquito bien educado. Si el criterio para abrazar una religión es que muchos
la profesan, entonces cuando la Iglesia de Cristo tenía doce hombres, era
falsa; y al fin de los tiempos sería de nuevo falsa” (p. 446).
Porque, como sabemos, una de las mayores
dificultades de los últimos tiempos será permanecer fiel, a pesar de que muchos
no lo hagan. Pidamos entonces tener una fe madura, una fe adulta que no está
fundada en palabras de hombre sino en el Espíritu de Dios. Sólo así podremos
ser verdaderos apóstoles, con la ayuda de la Santísima Virgen, como los que describe
San Luis María Grignion de Montfort:
“Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A
quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para
realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.
Dormirán sin oro ni plata y, lo que más cuenta, sin preocupaciones en medio
de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos (Sal. 68, 14). Tendrán, sin embargo, las alas plateadas
de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la
salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y no dejarán en
pos de sí, en los lugares en donde prediquen, sino el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley
(cfr. Rom. 13, 10).
Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de
Jesucristo. Caminando sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de
lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura
verdad, conforme al Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por
nada ni hacer acepción de personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a ningún
mortal por poderoso que sea.
Llevarán en la boca la espada de dos filos de la Palabra
de Dios, sobre sus hombros el estandarte ensangrentado de la cruz, en la mano
derecha el crucifijo, el Rosario en la izquierda, los sagrados nombres de Jesús
y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y mortificación de
Jesucristo” (p. 38).
Andrea
Castellani,
Leonardo, El Evangelio de Jesucristo, Buenos
Aires, Theoria, 1963.
Grignion
de Montfort, Luis María, Tratado de la
verdadera devoción a la Santísima Virgen, Buenos Aires, Roma, 1973.
Etiquetas:
Actualidad,
Eclesiásticas,
Reflexiones
Suscribirse a:
Entradas (Atom)