1a. Parte
El
mayor ataque a las Iglesias católicas en la Argentina es el que sucedió hace 60
años, en 1955. El 16 de junio de 1955, en un intento de derrocar al general
Perón, aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo. Esa noche,
acentuando el conflicto entre el gobierno y la jerarquía de la Iglesia Católica,
numerosos manifestantes incendiaron distintos templos porteños. Sin embargo, estos
hechos habían sucedido antes en la historia y, lamentablemente, volvieron a
suceder después.
Al
cumplirse el 60 aniversario de estos tristísimos acontecimientos de la historia
argentina, en Buenos Aires se realizarán actos de desagravio con la procesión y
visita de las Iglesias históricas (18 hs. desde San Miguel, Mitre 886). En San
Rafael el martes 16 de junio se celebrará la Santa Misa a las 20 hs. en la
Parroquia de la Divina Misericordia (Sobremonte 1500) como acto de reparación y
desagravio.
Profanaciones
Aunque
la Argentina no ha padecido una guerra civil por motivos religiosos, al modo de
la mexicana o la española, sin embargo sí lleva sufriendo una larguísima
“guerra” por tales motivos compuesta de breves batallas que se han ido
sucediendo lo largo de toda su historia.
Todos recordarán, seguramente, el ataque que sufrió en la Argentina el
histórico templo de San Ignacio de la ciudad de Buenos Aires, el pasado año
2013, por un grupo de alumnos que había tomado el Colegio Nacional. Se trata
del templo más antiguo de la ciudad, que además es patrimonio histórico y
cultural, pero por sobre toda otra consideración es uno de los lugares en que
nuestro Señor Jesucristo está presente “real y sustancialmente” en el Sagrario.
Lo que sucedió allí fue muy grave.
Mucho más grave de lo que dijeron los medios. Los atacantes fueron alrededor de
30 jóvenes de una agrupación anarquista. Además de los destrozos e incendio (en
realidad parece que querían crear un incendio mayúsculo pero no lograron
concretarlo), lo más grave fue la profanación del altar: orinaron, defecaron,
vomitaron y tuvieron relaciones sexuales en el altar símbolo de Nuestro Señor
Jesucristo. Esto sucedió en setiembre de 2013.
Lo sucedido en la Iglesia de San Ignacio no fue
algo aislado sino más bien parte de un plan: 24/09 profanación en San Ignacio,
26/09 intento de ataque en Catedral de La Plata, 27/09 intento de ataque en
Catedral de Buenos Aires, 29/10 profanación en Catedral de Mar
del Plata, listado al que hay que sumar las atrocidades que cometen anualmente
las mujeres llamadas “Autoconvocadas” en sus encuentros anuales en cada ciudad
de nuestro país.
La historia de los ataques a las Iglesias
La mayor
parte de la bibliografía histórica al hablar de nuestra Guerra Civil entre
unitarios y federales durante el siglo XIX, resalta las diferencias
jurídico-políticas entre ambos grupos. No era esto lo esencial. La diferencia
básica estaba en las profundidades de las convicciones religiosas.
una solemne
bobada querer entender el tiempo de la Confederación Argentina a la
luz de las teorías que habían fulgurado en el período anterior, para luego
inferir que nuestra “Federación” en nada se parecía al modelo federalista
estadounidense. Autores hay que, ayunos de comprensión histórica, creen haber
descubierto la piedra filosofal; y así proclaman en alta voz que Godoy Cruz,
Sarmiento o Echeverría
eran más federales que Quiroga, Rosas o Aldao. Por
supuesto que si los miden con el cartabón de la Constitución de Filadelfia, el
resultado es el que declaran. No obstante, acá no se trataba de eso, para nada.
Acá había una consigna mítica llamada “Federación”, respaldada por los
autonomismos y localismos provincianos, que deseaba el restablecimiento del principio de
autoridad, con la consiguiente estabilidad gubernamental y la paz y el orden
públicos, que era fiel a sus creencias religiosas y las costumbres sociales
emanadas de tal civilización, y que no transaba con menguas a la soberanía
nacional. Ese movimiento político, religioso y nacionalista, auspiciado por las
provincias, fue, en concreto, el rotulado “federalismo” argentino. Y tal
movimiento opuesto por principio al contractualismo roussoniano de los
liberales, tildados de “unitarios”, se impuso por un lapso prolongado merced a
la enérgica conducción de los caudillos[1].
Es este abismo de creencias es lo que separaba a ambos
grupos. Así es que del lado unitario hemos encontrado ignorados testimonios
acerca de los saqueos y profanaciones de templos efectuados en La Rioja por los
ejércitos unitarios.
En el periódico Yunque
Republicano, editado en Mendoza en 1829, se hace la comparación entre los
que:
se proclaman
los amigos del orden,
calificando a sus ilustres antagonistas de secuaces del desorden y de la
anarquía. […] En el curso de este artículo veremos, cuáles son los anarquistas,
cuáles los humanos, compararemos la conducta de uno y otro ejército, los fines
y objetos de operaciones á que tiende cada uno, y los que turbaron esa feliz
opinión, que ya había echado raíces en los Argentinos, de proscribir las vías
de hecho y adoptar las vías legales. Por ahora basta saber que el ejército de
Wandalos [sic], que los ladrones, que
los fascinerosos, se han conservado en Mendoza, sin salir una cuadra del campo
dó se situaron, que no ha habido una sola queja contra el último de los
soldados, que se apresuran a obsequiar a un Jefe popular y moderado, y que los
amigos del orden y de la moral talan hasta los templos del territorio que pisan[2].
A continuación incluye algunos testimonios tomados de
sendas cartas acerca de los saqueos y profanaciones de templos efectuados en La
Rioja por los ejércitos unitarios a su paso en retirada.
La primera carta está firmada por el vecino Juan Manuel de la Bega y dirigida
al Sr. D. Pablo Carballo, alcalde ordinario interino en Malansan. Allí leemos:
han saqueado
completamente el dicho pueblo sin reservar los templos con tal espresion [sic] que la Iglesia de Santo Domingo la saquearon tres días
consecutivos los soldados y oficiales. La Matriz, dicen que se reservó para los
jefes […] La de San
Francisco la saquearon completamente toda la última noche a su retirada y á
este tenor todas las demás […] De igual modo, dicen que ha hecho la división
que se dirigió a los pueblos allí, y en la costa de Arauco; […] que del mismo modo han
arrasado todos los animales de las Estancias, y potreros inmediatos
recorriéndolos con partidas[3].
La segunda carta lleva la firma de Nicolás Sotomayor y
va dirigida al Sr. Comandante D. Antonio Acosta:
los estragos
que han hecho los enemigos en la Rioja, que no han dejado Templo que no lo han
saqueado completamente; las dos custodias de la Matriz también, y todos los intereses y ornamentos
que allí existían: por fin, lo que
respecta a los Templos, con decirle completamente, le digo todo[4].
En el n. 5 continúa el artículo “Imputaciones”
refiriendo que:
el Pueblo de la Rioja, ha sido saqueado en sus
templos, y que ni los miserables andrajos de los pordioseros se han escapado;
que el saqueo, ha sido decretado por los jefes, y
que hasta los Generales, se habían reservado una Iglesia para botín de ellos”.
[En nota al pie aclara lo siguiente:] No es extraño porque uno de esos mismos
generales, (Ocampo) ya había robado la Catedral de Chuquisaca, en una retirada
que hizo nuestro ejército del Perú, y aún
existen en Tucumán algunos canapés
forrados en el damasco del citado Templo. El canónigo Ureta del mismo
país, es una víctima y testigo de la propensión de este general[5].
Años más tarde, en 1841, El Estandarte Federal hace referencia a las “calamidades ocasionadas
por los unitarios: han robado tesoros del Estado, han arruinado familias, han atrasado
las artes y el comercio, no han respetado ni siquiera los altares de Dios
“destruidos por su maldita y herética conducta”[6]. Asevera que con justicia
han sido denominados “salvajes unitarios” pues han
dividido la República, con “el furor de sus pasiones”, con “el estrepitoso
ruido de las armas”, sacrificando centenares de ciudadanos “al desenfreno de
algunos enemigos de la Patria”. Procura hacer una descripción de la desolación
en que han quedado tantas familias. Se pregunta “¿Pero, qué podrá esperarse de
unos malvados que desconocen la Religión?”, para dar respuesta a esto refiere
que “por todos los Pueblos donde inmundamente han
pisado, ni las Iglesias, ni los ornamentos, ni vasos sagrados han
escapado al vicio de sus uñas”[7]. Cuenta
entonces acerca de los saqueos y profanaciones llevadas a cabo en San Juan por
La Madrid a quien califica de traidor pilón y desnaturalizado salvaje. Relata
cómo en la retirada de Lavalle luego de su derrota, al pasar por San Lorenzo y
Coronda:
en estos dos
indefensos Pueblos entró y sus ricas Capillas o Templos fueron saqueadas hasta
el extremo de no dejar ni un Cáliz ni cosa sagrada algunas: las imágenes, los
Santos que se hallaban colocados en lucidos altares han servido de mofa y de
irrisión a la brutal torva de forajidos Salvajes Unitarios y llevándolos a sus
campamentos. Las familias que residían en estos Pueblos, atemorizadas de tanta
herejía huían a
ocultarse entre espesos montes abandonando sus casas; estas fueron saqueadas y
aquellas que descuidadas estuvieron en huir pensando eran hombres los que
acaudillaba el asesino Lavalle,
pagaron su credulidad con la violación de sus personas ejecutada por esa turba de
monstruos[8].
Relata algo
similar acerca de Santa Fe y cómo después de la Batalla de Quebracho “nuestros
valientes y cristianos guerreros quitaron porción de vasos sagrados y
en el momento se apresuraron a presentarlos a sus respectivos Jefes”. Parecido
es el relato que hace de la fuga de La Madrid en Córdoba y el saqueo de las
Capillas en ésta y cómo se han arrasado las casas particulares, conducta que
repite en San Juan. De donde dice robó “un baúl lleno de vasos sagrados,
atriles, candeleros, todo de plata &a y en su fuga lo condujo a este Pueblo
donde con la mayor desvergüenza y barbaridad, mandó hacer unos estribos y espuelas”[9].
En la 2da parte: Profanación
y quema de las Iglesias el 16 de Junio de 1955
[1] Díaz Araujo, E. Los Vargas de Mendoza, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2003, t. 2, p. 184.
[6] Estandarte Federal, Mendoza,
19 de diciembre 1841, n. 2, p. 1, col. 2.
[8] Ibidem, p. 2, col. 1. Relatos similares es posible leer en El Yunque Republicano n. 4, 7
de noviembre 1829 y n. 5, 10 de diciembre 1829.
[9] Ibidem, p. 2, col. 2.
El artículo continúa en el nro. 3, 26 de diciembre 1841, p. 1, col 1-2 y en el
nro. 4, 2 de enero 1842, p. 1, col. 1-2, p. 2, col. 1.
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