Carlos Sacheri en La Iglesia Clandestina dedica un capítulo memorable titulado “Un clericalismo invertido” a una de
las características del progresismo.
Expone
Sacheri: “En el sentido generalmente
aceptado, el clericalismo es el abuso del poder ejercido por los clérigos. (…) En
efecto, el clericalismo tal cual se lo ha conocido en el pasado, consistió en
abusar de la autoridad para defender una situación, un orden de cosas que
favorecía —o al menos, aparentaba favorecer— al mantenimiento o al progreso de
los valores religiosos. (…) El clericalismo actual difiere sensiblemente del
antes descripto. (…) Sin embargo, el clericalismo subsiste en su afán de
dominio. Su diferencia esencial con el pasado consiste en que mientras el
clericalismo "clásico" abusaba de sus atributos para el
sostenimiento de la fe, el clericalismo "progresista" abusa de su
autoridad para propiciar un orden de cosas contrario a la fe y a la moral
cristianas (…) Lo paradójico —en apariencia— es que la prepotencia del
clericalismo progresista se ejerce para lograr que los fieles abandonen su fe,
su vida sacramental, su oración, sus responsabilidades temporales de
cristianización del mundo, en virtud de su autoridad sacerdotal. El mismo clero
que hace ostentación de su desprecio por la sotana, por el latín, por el
celibato, por todo lo tradicional, el mismo clero que afirma que el sacerdocio
debe ser secularizado y transformado en una especie de padre de familia que
fracciona el pan entre los suyos, es el mismo clero que utiliza su condición
sacerdotal para someter por coacción moral a los fieles, obligándolos a aceptar
por vía de autoridad espiritual sus aberrantes tesis. Todo esto no hace sino
poner de manifiesto la comunidad de métodos entre el modernismo denunciado por
San Pío X a principios de siglo y los actuales progresistas. En nombre de la
fe, se impone la destrucción de la fe. En nombre de la autoridad espiritual se
exige el abandono de las prácticas religiosas, en nombre de la competencia
teológica se prohíbe la difusión de la doctrina social de la Iglesia, en nombre
del Evangelio se prohíbe cristianizar la economía, la política, la cultura”.
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