viernes, 12 de junio de 2015

Profanaciones, ataques e incendios de Iglesias en la Argentina. A 60 años de la Quema de las Iglesias (16 de junio de 1955) - 2a. Parte



2da. Parte
Cosas muy graves suceden en nuestra querida Argentina. Lo primero es la profanación permitida y autorizada (aquí, el Programa Igualdad Cultural organiza un recital en la Basílica de Luján, repercusión internacional), lo segundo es el patoterismo y la amenaza institucionalizado (aquí, la Banda invitada para celebrar el 25 de mayo). Como hace 60 años cuando la patota gubernamental salió a romper, saquear, incendiar y profanar.
Al cumplirse el 60 aniversario de estos tristísimos acontecimientos de la historia argentina, en Buenos Aires se realizarán actos de desagravio con la procesión y visita de las Iglesias históricas (18 hs. desde San Miguel, Mitre 886). En San Rafael el martes 16 de junio se celebrará la Santa Misa a las 20 hs. en la Parroquia de la Divina Misericordia (Sobremonte 1500) como acto de reparación y desagravio.


Profanación y quema de las Iglesias el 16 de Junio de 1955


Sin lugar a dudas el más tremendo de estos hechos en nuestra historia es el que sucedió hace 60 años, en 1955.

El 16 de junio de 1955, en un intento de derrocar al general Perón, aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo. Esa noche, acentuando el conflicto entre el gobierno y la jerarquía de la Iglesia Católica, numerosos manifestantes incendiaron distintos templos porteños.
El Rdo. Padre Aníbal Atilio Röttjer, reconocido historiador, publicó ese mismo año aunque sin mención de autoría un pequeño libro (96 páginas) titulado: “El llanto de las ruinas… La Historia, el Arte y la Religión ultrajados en los templos de Buenos Aires”. La obra empieza con frases verdaderamente conmovedoras:
Noche triste de los argentinos.
Noche oscura del odio, del sacrilegio, de blasfemia
Noche trágica y siniestra de la destrucción, del saqueo, del incendio… ¡ del pecado!..
Noche de la Pasión de Jesús en Buenos Aires…
La Eucaristía pisoteada, los templos saqueados, incendiados, execrados: los sagrarios destrozados, los santos óleos derramados, los altares quemados, destruidos a martillazos; las reliquias de los santos y de los mártires profanadas; las tumbas de los héroes violadas aventadas sus cenizas, desparramados sus huesos; las banderas de la Patria arrancadas, robadas, manchadas, quemadas; las imágenes sagradas mutiladas, decapitadas, deshechas. reducidas a añicos, carbonizadas; los Cristos ultrajados, rotos, quemados; las Vírgenes destrozadas en sus rostros y en sus manos, carbonizadas; los cálices, copones, patenas y ostensorios profanados y robados las piedras aras para el sacrificio de la Misa rotas y sus reliquias profanadas; las vestiduras sacerdotales, el moblaje de las sacristías; los bancos, los misales, atriles, lienzos de los altares y alfombras, destruidos y quemados; los candelabros retorcidos y robados, las alcancías violadas; los ángeles rotos y quemados; los confesonarios destrozados, profanados, incendiados.
Félix Luna recuerda: "Primero fue la Curia, en la Plaza de Mayo, al lado de la Catedral. Forzaron la entrada, rompieron muebles y objetos, volcaron los magníficos archivos de la época colonial, rociaron todo con nafta traída en damajuanas y pegaron fuego a ese caos. [...] después, ellos u otros se dirigieron a San Francisco; al principio no pudieron romper la sólida puerta, y entonces destrozaron e incendiaron la adyacente capilla de San Roque. Cuando lograron entrar a San Francisco hicieron una pira con todos los elementos que podían quemarse y al poco rato las llamas alcanzaron el techo". El templo fue incendiado perdiéndose gran parte de su patrimonio histórico y cultural[1].
El eximio novelista Manuel Gálvez dedicó una de sus novelas históricas a estos sucesos. La novela lleva por título Tránsito Guzmán y en ella afirma coincidentemente con el relato de los franciscanos: “No había conocido Buenos Aires, en sus cuatro siglos de existencia, una tragedia semejante. Doce templos, los más antiguos de la ciudad, situados en los barrios principales fueron saqueados e incendiados por grupos partidarios del Gobierno”[2].

El ataque y quema de uno de los templos: San Francisco
Según testigos oculares, en la tarde de aquel día, a las 18.45 más o menos, mientras por las calles se notaba una gran calma, un grupo de individuos compuesto de unas 25 personas perfectamente equipadas con barretas, mazas de hierro, picos, teas incendiarias, combustible inflamable en abundancia y demás menesteres para el asalto, forzaron rápidamente la sólida verja que resguarda el atrio de San Francisco en la esquina de Alsina y Defensa y se dirigieron en primer término hacia la puerta de la Capilla de San Roque, logrando penetrar en ella después de violentar a mazazos las cuatro hojas de su entrada. Una vez abiertas sus puertas penetraron con furia en su interior, saquearon cuanto encontraron, se revistieron con los ornamentos del culto y comenzaron a sacar afuera imágenes, bancos, ornamentos y cuanto encontraron para arrojarlos a una tremenda hoguera que habían encendido en el mismo atrio… Valiosas reliquias y ornamentos de incalculable valor fueron devorados por la tremenda hoguera.

Fueron llegando luego otros grupos de estos sicarios, igualmente equipados como los anteriores con carabinas, armas de caño largo y cinturones cargados de proyectiles, dispuestos, por lo visto a conseguir sus propósitos costare lo que costare.
Una vez que lograron sacar lo que quisieron, prendieron fuego a lo que aún estaba en el interior del templo, reduciéndose todo a escombros y cenizas. De la Capilla de San Roque no quedo más que el techo y sus cuatro paredes, nada escapo al voraz incendio.
Con la misma saña y sin pérdida de tiempo derribaron, en la misma forma que en San Roque, la puerta del convento. Irrumpieron por la portería y primer claustro profiriendo gritos y vivas a ciertas organizaciones.

 
Imagen del altar luego de los sucesos



Ya en el interior del claustro que une la portería con la Sacristía, se dirigieron a la Basílica, no sin antes derribar la enorme puerta de la Sacristía. Una vez en el templo comenzaron por iluminarla completamente y continuaron derribando cuantas imágenes encontraron a mano y amontonando bancos, confesonarios y reclinatorios. Encendieron varías hogueras en el centro de la enorme nave, arrojando en las mismas cuanto encontraron a su paso. Espléndidos muebles del culto: sillones, bancos presbiterianos, etc., todo fue presa de las llamas. El artístico y bisecular retablo de la Basílica de San Francisco, hecho con maderas de las antiguas misiones guaraníticas y labrado en Río de Janeiro por ebanistas portugueses no escapó al vandálico asalto. Abrió como una tea el precioso retablo con sus imágenes y molduras. Solamente quedaron: una columna salomónica carbonizada, un trozo de la talla de San Francisco y el basamento del retablo y altar mayor que eran de material.
Ni siquiera los sarcófagos fueron respetados por estos modernos bárbaros. El sarcófago que guardaba los restos de dos ilustrísimos Obispos de Buenos Aires, Fray Gabriel Arregui y Fray Juan Arregui, Franciscanos y hermanos carnales los dos, fue profanado y esparcidas sus cenizas. Nada quedó de estos beneméritos prelados que costearon hace siglos la fábrica del histórico templo.

Tampoco fue respetada la tumba del gran evangelizador del Paraguay, Fray Luis de Bolaños. Sus cenizas quedaron, pero el busto que coronaba su sarcófago fue derribado y de un mazazo, separada su cabeza de su artística efigie. Aquel varón extraordinario que fuera respetado por los indios, en paradójica comparación, no lo fue por estos nuevos salvajes en el silencio de su tumba tres veces secular.
La puerta cancel de la Basílica quedó en estado completamente ruinoso. La imagen de San Diego fue derribada de su altar y quemada en el atrio del templo. El famoso órgano de San Francisco; el segundo de Buenos Aires por el número de sus registros, sufrió enormemente. Este no fue incendiado, pero la elevada temperatura producida por el incendio derritió completamente su tubería metálica, resistiéndose notablemente sus tubos de madera. Prácticamente quedo arruinado.
Los artísticos cuadros que decoraban el magnífico templo, obra del famoso pintor J. Borell Plá, desaparecieron totalmente carbonizados.
La enorme cúpula de la Basílica, obra del arquitecto Sackman, comenzada en enero de 1907, fue incendiada hasta tal punto que no quedó de ella más que su espléndido armazón de hierro, completamente retorcido, pudiéndose observar el firmamento desde el interior del templo.
Igual suerte corrió el techo a dos aguas de la Basílica, colocado sobre la antigua bóveda. Las llamas retorcieron las cabreadas de hierro logrando reducir a cenizas todo el resto de su armazón.
Las sillerías del coro quedaron intactas, como también las torres de la Basílica.

Se salvó de igual manera la Capilla del Santísimo, aún cuando fuera arrancada la puerta del Sagrario que apareció abandonada y quemada en la nave central. El Santísimo no fue profanado por haberlo retirado con tiempo un sacerdote de la Comunidad.
En cambio no escapó al ensañamiento de las fieras la suntuosa sacristía, cuya talla, cajonería y ornamentación, terminada con esquicio arte, fue reducida a cenizas y escombros. Ornamentos, vasos sagrados, artísticas arañas, mesas centrales de mármol, aguamanil, etc., etc., todas piezas de inmenso valor, fueron sepultadas ignominiosamente bajo los escombros. En una palabra, el enorme recinto de la sacristía quedó convertido en un inmenso salón. La sobria y elegante estantería, obra de Julio Kortkamp, guardaba preciosos tesoros que ya no podrán recuperarse.
También fueron destruidos por el incendio el famoso relicario del templo, como los depósitos de artefactos (candelabros, imágenes, cortinas, etc.). Corrió igual suerte el altar portátil que en sus correrías apostólicas usaba San Francisco Solano, Apóstol de Tucumán


Más, si de la Basílica pasamos a los claustros conventuales, encontramos en ellos terrible desolación y ruinas. Las manos sacrílegas y arteras de los asaltantes compuesta por más de setenta hombres, perfectamente organizados y diestramente dirigidos, no respetaron tampoco la paz y soledad de los seculares claustros franciscanos, logrando incendiar la planta baja del patio principal del Convento.

Fueron objetos de sus furias la sala capitular, donde se guardaba un célebre cuadro de la Resurrección del Señor, de incalculable valor artístico, la sala guardianal, la ropería, la sala de recreaciones, el salón de lecturas y otras dependencias anexas, lugares que fueron al mismo tiempo saqueados. Tan sólo quien haya visitado tanto la Basílica como el histórico Convento podrá darse una idea exacta de la magnitud del sacrílego siniestro, que lleno de indignación a cuantos lo han visto, pues todo ello no significa sino un imborrable baldón contra el sentimiento cristiano del pueblo argentino.
Y los Religiosos Franciscanos, que tanto bien habían hecho a la sociedad y pueblo de Buenos Aires, dónde estaban durante los sucesos del 16 de junio. Como una paradoja de la vida, mientras los salvajes asaltaban estos monumentos históricos, los Religiosos estaban recogidos en piadosa oración en el Oratorio interno del primer piso, rezando las horas canónicas. Un aviso oportuno del Hermano portero puso a salvo a la Comunidad compuesta de ocho sacerdotes y tres hermanos. Todos los cuales, juntamente con el personal de la casa, lograron escapar de las furias de esta turba envenenada. Por fortuna no hubieron de lamentarse desgracias personales.
En la noche del 16 de junio, San Francisco juntamente con 7 iglesias de Buenos Aires, ofrecían el más triste de los espectáculos que haya contemplado nuestra historia patria.
Reliquias veneradas de la argentinidad fueron impunemente sacrificadas sin ningún resultado práctico ni justificado[3]

En la 3ra y última parte: La novela de Gálvez y cómo se salvó el Cristo...


[1] Historias Curiosas de Templos de Buenos Aires. Editado por la Dirección General Cultos, 2008.
[2] Gálvez, Manuel. Tránsito Guzmán. Buenos Aires, Theoria, 1956, p 197.
[3] http://www.complejofranciscano.com.ar

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