miércoles, 10 de junio de 2015

Profanaciones, ataques e incendios de Iglesias Católicas en la Argentina. A 60 años de la quema de las Iglesias (16 de junio 1955)



1a. Parte
El mayor ataque a las Iglesias católicas en la Argentina es el que sucedió hace 60 años, en 1955. El 16 de junio de 1955, en un intento de derrocar al general Perón, aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo. Esa noche, acentuando el conflicto entre el gobierno y la jerarquía de la Iglesia Católica, numerosos manifestantes incendiaron distintos templos porteños. Sin embargo, estos hechos habían sucedido antes en la historia y, lamentablemente, volvieron a suceder después.
Al cumplirse el 60 aniversario de estos tristísimos acontecimientos de la historia argentina, en Buenos Aires se realizarán actos de desagravio con la procesión y visita de las Iglesias históricas (18 hs. desde San Miguel, Mitre 886). En San Rafael el martes 16 de junio se celebrará la Santa Misa a las 20 hs. en la Parroquia de la Divina Misericordia (Sobremonte 1500) como acto de reparación y desagravio.

Profanaciones
 
Aunque la Argentina no ha padecido una guerra civil por motivos religiosos, al modo de la mexicana o la española, sin embargo sí lleva sufriendo una larguísima “guerra” por tales motivos compuesta de breves batallas que se han ido sucediendo lo largo de toda su historia.  Todos recordarán, seguramente, el ataque que sufrió en la Argentina el histórico templo de San Ignacio de la ciudad de Buenos Aires, el pasado año 2013, por un grupo de alumnos que había tomado el Colegio Nacional. Se trata del templo más antiguo de la ciudad, que además es patrimonio histórico y cultural, pero por sobre toda otra consideración es uno de los lugares en que nuestro Señor Jesucristo está presente “real y sustancialmente” en el Sagrario.
Lo que sucedió allí fue muy grave. Mucho más grave de lo que dijeron los medios. Los atacantes fueron alrededor de 30 jóvenes de una agrupación anarquista. Además de los destrozos e incendio (en realidad parece que querían crear un incendio mayúsculo pero no lograron concretarlo), lo más grave fue la profanación del altar: orinaron, defecaron, vomitaron y tuvieron relaciones sexuales en el altar símbolo de Nuestro Señor Jesucristo. Esto sucedió en setiembre de 2013.
Lo sucedido en la Iglesia de San Ignacio no fue algo aislado sino más bien parte de un plan: 24/09 profanación en San Ignacio, 26/09 intento de ataque en Catedral de La Plata, 27/09 intento de ataque en Catedral de Buenos Aires, 29/10 profanación en Catedral de Mar del Plata, listado al que hay que sumar las atrocidades que cometen anualmente las mujeres llamadas “Autoconvocadas” en sus encuentros anuales en cada ciudad de nuestro país.

La historia de los ataques a las Iglesias
            La mayor parte de la bibliografía histórica al hablar de nuestra Guerra Civil entre unitarios y federales durante el siglo XIX, resalta las diferencias jurídico-políticas entre ambos grupos. No era esto lo esencial. La diferencia básica estaba en las profundidades de las convicciones religiosas.
Por eso es que Enrique Díaz Araujo afirma que resulta:
una solemne bobada querer entender el tiempo de la Confederación Argentina a la luz de las teorías que habían fulgurado en el período anterior, para luego inferir que nuestra “Federación” en nada se parecía al modelo federalista estadounidense. Autores hay que, ayunos de comprensión histórica, creen haber descubierto la piedra filosofal; y así proclaman en alta voz que Godoy Cruz, Sarmiento o Echeverría eran más federales que Quiroga, Rosas o Aldao. Por supuesto que si los miden con el cartabón de la Constitución de Filadelfia, el resultado es el que declaran. No obstante, acá no se trataba de eso, para nada. Acá había una consigna mítica llamada “Federación”, respaldada por los autonomismos y localismos provincianos, que deseaba el restablecimiento del principio de autoridad, con la consiguiente estabilidad gubernamental y la paz y el orden públicos, que era fiel a sus creencias religiosas y las costumbres sociales emanadas de tal civilización, y que no transaba con menguas a la soberanía nacional. Ese movimiento político, religioso y nacionalista, auspiciado por las provincias, fue, en concreto, el rotulado “federalismo” argentino. Y tal movimiento opuesto por principio al contractualismo roussoniano de los liberales, tildados de “unitarios”, se impuso por un lapso prolongado merced a la enérgica conducción de los caudillos[1].

Es este abismo de creencias es lo que separaba a ambos grupos. Así es que del lado unitario hemos encontrado ignorados testimonios acerca de los saqueos y profanaciones de templos efectuados en La Rioja por los ejércitos unitarios.
En el periódico Yunque Republicano, editado en Mendoza en 1829, se hace la comparación entre los que:
se proclaman los amigos del orden, calificando a sus ilustres antagonistas de secuaces del desorden y de la anarquía. […] En el curso de este artículo veremos, cuáles son los anarquistas, cuáles los humanos, compararemos la conducta de uno y otro ejército, los fines y objetos de operaciones á que tiende cada uno, y los que turbaron esa feliz opinión, que ya había echado raíces en los Argentinos, de proscribir las vías de hecho y adoptar las vías legales. Por ahora basta saber que el ejército de Wandalos [sic], que los ladrones, que los fascinerosos, se han conservado en Mendoza, sin salir una cuadra del campo dó se situaron, que no ha habido una sola queja contra el último de los soldados, que se apresuran a obsequiar a un Jefe popular y moderado, y que los amigos del orden y de la moral talan hasta los templos del territorio que pisan[2].
A continuación incluye algunos testimonios tomados de sendas cartas acerca de los saqueos y profanaciones de templos efectuados en La Rioja por los ejércitos unitarios a su paso en retirada. La primera carta está firmada por el vecino Juan Manuel de la Bega y dirigida al Sr. D. Pablo Carballo, alcalde ordinario interino en Malansan. Allí leemos:
han saqueado completamente el dicho pueblo sin reservar los templos con tal espresion [sic] que la Iglesia de Santo Domingo la saquearon tres días consecutivos los soldados y oficiales. La Matriz, dicen que se reservó para los jefes […] La de San Francisco la saquearon completamente toda la última noche a su retirada y á este tenor todas las demás […] De igual modo, dicen que ha hecho la división que se dirigió a los pueblos allí, y en la costa de Arauco; […] que del mismo modo han arrasado todos los animales de las Estancias, y potreros inmediatos recorriéndolos con partidas[3].
La segunda carta lleva la firma de Nicolás Sotomayor y va dirigida al Sr. Comandante D. Antonio Acosta:
los estragos que han hecho los enemigos en la Rioja, que no han dejado Templo que no lo han saqueado completamente; las dos custodias de la Matriz  también, y todos los intereses y ornamentos que allí existían: por fin, lo que respecta a los Templos, con decirle completamente, le digo todo[4].
En el n. 5 continúa el artículo “Imputaciones” refiriendo que:
el Pueblo de la Rioja, ha sido saqueado en sus templos, y que ni los miserables andrajos de los pordioseros se han escapado; que el saqueo, ha sido decretado por los jefes, y que hasta los Generales, se habían reservado una Iglesia para botín de ellos”. [En nota al pie aclara lo siguiente:] No es extraño porque uno de esos mismos generales, (Ocampo) ya había robado la Catedral de Chuquisaca, en una retirada que hizo nuestro ejército del Perú, y aún existen en Tucumán algunos canapés  forrados en el damasco del citado Templo. El canónigo Ureta del mismo país, es una víctima y testigo de la propensión de este general[5].
Años más tarde, en 1841, El Estandarte Federal hace referencia a las “calamidades ocasionadas por los unitarios: han robado tesoros del Estado, han arruinado familias, han atrasado las artes y el comercio, no han respetado ni siquiera los altares de Dios “destruidos por su maldita y herética conducta”[6]. Asevera que con justicia han sido denominados “salvajes unitarios” pues han dividido la República, con “el furor de sus pasiones”, con “el estrepitoso ruido de las armas”, sacrificando centenares de ciudadanos “al desenfreno de algunos enemigos de la Patria”. Procura hacer una descripción de la desolación en que han quedado tantas familias. Se pregunta “¿Pero, qué podrá esperarse de unos malvados que desconocen la Religión?”, para dar respuesta a esto refiere que “por todos los Pueblos donde inmundamente han pisado, ni las Iglesias, ni los ornamentos, ni vasos sagrados han escapado al vicio de sus uñas”[7]. Cuenta entonces acerca de los saqueos y profanaciones llevadas a cabo en San Juan por La Madrid a quien califica de traidor pilón y desnaturalizado salvaje. Relata cómo en la retirada de Lavalle luego de su derrota, al pasar por San Lorenzo y Coronda:
en estos dos indefensos Pueblos entró y sus ricas Capillas o Templos fueron saqueadas hasta el extremo de no dejar ni un Cáliz ni cosa sagrada algunas: las imágenes, los Santos que se hallaban colocados en lucidos altares han servido de mofa y de irrisión a la brutal torva de forajidos Salvajes Unitarios y llevándolos a sus campamentos. Las familias que residían en estos Pueblos, atemorizadas de tanta herejía huían a ocultarse entre espesos montes abandonando sus casas; estas fueron saqueadas y aquellas que descuidadas estuvieron en huir pensando eran hombres los que acaudillaba el asesino Lavalle, pagaron su credulidad con la violación de sus personas ejecutada por esa turba de monstruos[8].
            Relata algo similar acerca de Santa Fe y cómo después de la Batalla de Quebracho “nuestros valientes y cristianos guerreros quitaron porción de vasos sagrados y en el momento se apresuraron a presentarlos a sus respectivos Jefes”. Parecido es el relato que hace de la fuga de La Madrid en Córdoba y el saqueo de las Capillas en ésta y cómo se han arrasado las casas particulares, conducta que repite en San Juan. De donde dice robó “un baúl lleno de vasos sagrados, atriles, candeleros, todo de plata &a y en su fuga lo condujo a este Pueblo donde con la mayor desvergüenza y barbaridad, mandó hacer unos estribos y espuelas”[9].
 
En la 2da parte: Profanación y quema de las Iglesias el 16 de Junio de 1955


[1] Díaz Araujo, E. Los Vargas de Mendoza, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2003, t. 2, p. 184.
[2]  El Yunque Republicano, n. 4, Mendoza, 7 de noviembre 1829, p. 2, col.1-2.
[3] Ibidem, p. 2, col. 1.
[4] Ibidem, p. 2, col. 2.
[5] El Yunque Republicano, n. 5, Mendoza, 10 de diciembre 1829, p. 1, col. 2.
[6] Estandarte Federal, Mendoza, 19 de diciembre 1841, n. 2, p. 1, col. 2.
[7] Ibidem, p. 2, col 1.
[8] Ibidem, p. 2, col. 1. Relatos similares es posible leer en El Yunque Republicano n. 4, 7 de noviembre 1829 y n. 5, 10 de diciembre 1829.
[9] Ibidem, p. 2, col. 2. El artículo continúa en el nro. 3, 26 de diciembre 1841, p. 1, col 1-2 y en el nro. 4, 2 de enero 1842, p. 1, col. 1-2, p. 2, col. 1.

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