lunes, 6 de abril de 2015

Resurrexit sicut dixit



¡El Señor ha resucitado! La resurrección de Cristo es algo real y no simbólico. Cristo ha resucitado y es el centro y Rey de la Historia. Vale la pena meditar en ello y para eso nos ha parecido apropiado compartir unas páginas del libro sobre el Cardenal Pie, Obispo de Poitiers, escrito por el R. P. Alfredo Sáenz, s.j. bajo el título El Cardenal Pie; Lucidez y coraje al servicio de la verdad, Buenos Aires, Gladius, 2007, p. 86-89.



Muchos, observa [Mons. Pie], viven cual si el Hijo de Dios no hubiera veni­do a la tierra. Esa ignorancia fingida constituye una verdadera injuria al mismo Dios y sobre todo a Cristo, quien al proclamar la universalidad de su designio, hizo ilegítimo cualquier tipo de abstencionismo. "Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra -dijo a sus apóstoles-; id pues, y enseñad a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñadles a obedecer todo lo que yo os he prescrito" (Mt 28, 19-20). Y según otro evangelista. "Id al mundo entero, enseñad el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautizare se salvará, el que no crea se condenara" (Mc 16, 15-16). No son pocos quienes, a pesar de todo, se creen exentos de in­clinarse ante Aquel frente al cual "ha de doblarse toda rodilla", según ya vimos había dicho Pablo a los filipenses. Algunos pos­tulan, en vez de la doctrina enseñada por Cristo, una ciencia in­ventada por los hombres, autónoma y subversiva, olvidando aquello que escribía el mismo Apóstol: "Dios nos ha dado armas poderosas para destruir esta fortaleza filosófica donde te refugias, para derrocar toda altanería que se eleve contra la ciencia de Dios, y para cautivar toda inteligencia bajo el yugo de Jesucristo" (2 Cor 10,4-5). Hay asimismo quienes están dispuestos a acep­tar tan sólo a un Jesús restringido, limitado, a pesar de que, como enseña la Escritura, "plugo a Dios restaurar todas las cosas en Jesucristo... a quien puso por cabeza de todas las cosas" (Ef 1, 10.22), y someterle de tal manera la naturaleza entera que nada escapase a su imperio (cf. Hebr 2. 8); no existe un cristianismo a medida del hombre, con márgenes y reservas. Están por fin los que militan activamente contra la Realeza de Cristo, tratando de sustraerle los individuos y las naciones. Todos ellos, sean enemi­gos declarados de Jesucristo, sean neutrales, sean cristianos "has­ta cierto punto", constituyen, en última instancia, el ejército del Anticristo. "Esta piedra que queríais repudiar es la piedra angular, fuera de la cual no hay salvación: porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres en el cual puedan ser salvados, si no es el nombre de Jesús" (Act 4, 11-12).
Analizaremos luego el proceso por el cual el hombre, que comenzó sustrayéndose a la soberanía de Dios, acabaría por de­clararse a sí mismo soberano, proclamando luego la soberanía del pueblo. "Era fácil preverlo. El hombre no había cumplido una obra abstracta al proclamar sus derechos y al decretar su soberana in­dependencia; una apoteosis puramente metafísica no lo hubiese satisfecho por largo tiempo. Es propio de Dios amarse a sí mis­mo, dirigir todo hacia Él. El hombre, convirtiéndose a sí mismo en su Dios, sólo fue consecuente al encauzar todo hacia él mis­mo como a su fin último. La moral y el culto debían constituirse en armonía con el dogma; y, una vez admitido el dogma de la deificación del hombre, la idolatría de sí se convertía en un culto racional, y el egoísmo era elevado a la dignidad de religión".
Por desgracia este "no queremos que Cristo reine sobre no­sotros" es un grito que encuentra eco en no pocos católicos, es­pecialmente aquellos que integran el llamado "catolicismo liberal". Pie aludirá a ellos ampliamente en sus homilías y otros documen­tos, como lo veremos más adelante. Limitémonos por ahora a un texto donde el Obispo de Poitiers se refiere a dicho tema. Co­mo punto de partida recurre a una hermosa cita de San Gregorio Magno, donde ese santo Doctor, comentando el misterio de la adoración de los Magos, cumplimiento de las profecías que preanunciaban para el Mesías la adoración de todos los reyes y la sumisión de todas las naciones de la tierra, afirma: "Los magos reconocen en Jesús la triple cualidad de Dios, de hombre y de rey: ofrecen al rey el oro, a Dios el incienso, al hombre la mirra. Ahora bien, hay algunos herejes que creen que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús es hombre, pero que se niegan absolutamente a creer que su reino se extiende por doquier". Lo que así comenta Pie: "Me dices, hermano, que tienes la conciencia en paz, y aceptando totalmente el programa del catolicismo libe­ral, entiendes permanecer ortodoxo, sobre la base de que crees firmemente en la divinidad y en la humanidad de Jesucristo, lo cual es suficiente para constituir un cristianismo inobjetable. De­sengáñate. Desde el tiempo de San Gregorio, había «algunos herejes» que creían esos dos puntos como tú; y su «herejía» con­sistía en no querer reconocer al Dios hecho hombre una realeza que se extendiese a todo: «se niegan a creer que su reino se ex­tiende por doquier». No, no eres irreprochable en tu fe; y el pa­pa San Gregorio, más enérgico que el Syllabus, te inflige la nota de herejía si tú eres de aquellos que, creyendo deber suyo ofre­cer a Jesús el incienso, se niegan a agregar el oro".

El clamor de los que, en una u otra forma, hacen suyo el vie­jo grito "No queremos que Este reine", eco del satánico "Non serviam", por resonante que sea, nunca será capaz de destronar a Jesucristo. Porque todos somos súbditos de Dios, ya reconoz­camos su autoridad, ya rechacemos su soberanía. El mundo fue creado para su gloria. La soberbia del hombre nada puede con­tra el imperio del Señor. Será preciso, sin embargo, y tal es la tarea de la Iglesia, convencer a los hombres, sobre todo a los hombres públicos, de que nada lograrán en orden a la consoli­dación de los individuos y de las naciones, mientras se resistan a poner como base la piedra, la única piedra que ha sido puesta por la mano divina: Petra autem erat Christus ("La piedra era Cristo", 1 Cor 10, 4).

2 comentarios:

  1. Excelente y siempre oportuna advertencia: no sólo el incienso y la mirra, sino también el oro debe tributársele al Señor.

    Y una pequeña puntualización: la «d» faltante en «sicut dixit».

    Feliz Pascua en Cristo.

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  2. Gracias Flavio. ¡Feliz Pascua! ya está corregido

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